domingo, 7 de septiembre de 2014

EL SABOR DE LA VENGANZA



Por Angely Marín, XII L, Curso de Filosofía
 
     A medida que crecemos y empezamos a madurar, a ver las cosas desde una perspectiva distinta; de repente, no da por recordar  todas las cuestiones de nuestro pasado, aquello que nos causó dolor, aquellas personas que nos hicieron daño, aquellas situaciones desagradables que tuvimos que pasar por causa de alguien. Nuestros sentimientos empiezan a tornarse confusos, no sabemos si sentimos odio, rencor o una simple decepción, de modo que no sabemos cómo reaccionar ante tales situaciones.
    Estamos presos del rencor porque simplemente no queremos ser liberados por el perdón ;  y, al hablar de perdón, no me refiero a aceptar  que aquel que te hizo daño venga y te pida perdón, sino que tú mismo des ese paso, que personalmente tú perdones sin esperar la palabra “perdón” de alguien más.
     Ahora bien, ¿por qué perdonar cuando él/ella no es digno(a) de mi perdón?; ¿por qué no devolverle el daño que me causó o aun algún peor?... Para mí, la respuesta es simple: el perdón se constituye en una especie de medicina para el alma. Darle rienda suelta al rencor significa envenenarnos día tras día con el amargo sabor de la ira y el rico dulzor de una venganza; poco a poco nos  vamos  enfermando de resentimiento y lo único que llena nuestra  mente y corazón es la venganza; nos volvemos tan enfermos que no hay nada que  anhelemos con más fuerza que la venganza.
     El ser humano se mueve por emociones y, muchas veces, las venganza es la reacción normal cuando nos hieren amargamente, pero tanto que hablamos y decimos que hemos evolucionado y que somos personas sociables y etcétera, pero la realidad es que seguimos en el pasado, practicando el típico “Ojo por ojo, diente por diente”: nadie quiere ceder y mucho menos tratar de perdonar. Es que somos ignorantes, vemos la venganza como la solución correcta para quitar nuestro dolor, cuando, por el contrario, lo único que hace la venganza es funcionar como una anestesia momentánea; momentánea, puesto  que una vez pasa  su efecto  placentero primario, el dolor vuelve a ser tan intenso como la primera vez. Para mi concepto, el único remedio para el dolor es el perdón y este no es una medicina mágica que cura y limpia todo al instante, este es una de esas medicinas que van poco a poco, pero con resultados precisos y eficaces.
    Por otra parte, al momento que decidimos perdonar, entra en escena la famosa convicción: “Yo perdono, pero no olvido”. Considero que este no es un auténtico perdón, puesto que aquel que insiste en el recuerdo, nunca logra perdonar, ya que, desde el momento que recordamos  la herida que nos causaron, poco a poco, se va abriendo y tornando aún más
   Dicen que la venganza es dulce como la miel y no se equivocan, la mayoría de venenos letales saben dulces al principio, pero cuando están dentro de tu boca y bajan por tu garganta se vuelven tan amargos que al instante descubres que te has envenenado. Así mismo es la venganza: te engaña y envuelve en su juego, pero, al final, te destruye y te deja mucho más vacío y adolorido.
   Debemos realmente perdonar y sacar todo el veneno guardado, este es el mejor remedio para continuar nuestras vidas sin resentimiento, ni pensamientos malévolos y vengativos, queriendo pagar con la misma moneda a aquellos que de uno u otra manera nos han hecho daño.





No hay comentarios:

Publicar un comentario