domingo, 27 de enero de 2013

LA IDEA DE "DIOS" COMO BANALIDAD

    Comúnmente, cuando  imparto mis clases de Filosofía, evito incursionar en el tema de  “Dios”,  por dos razones  básicas: primero, porque considero que  uno debe ser respetuoso de la fe y del sistema de creencias que cada individuo desee asumir; en segundo lugar, y quizás esta sea la razón más importante, porque pienso que las aulas no deben ser un púlpito de adoctrinamiento, sino un escenario en que fluyan las ideas y prevalezca el debate y el espíritu de crítica. Sin embargo, es patente que la noción de “Dios” y su uso en el mundo contemporáneo amerita de mucho examen.
   A lo largo de la historia de la humanidad, se han dado las más diversas aproximaciones, desde las más lacónicas hasta las más exuberantes, para interpretar el fenómeno religioso e, igualmente, se han asumido infinidad de actitudes en relación al particular. Antes de ir al tema de fondo que motiva nuestro examen, considero pertinente indicar, brevemente, el alcance de nuestra reflexión en relación con lo los ejercicios teóricos antedichos: primero, en este ensayo no nos interesa ahondar en la infinidad de concepciones ontológicas de “Dios”. En este punto, bástenos con decir que concebimos a  “Dios”  como una entidad superior, que nos trasciende como seres humanos y que sobrepasa con creces cualesquiera de nuestras habilidades. Me valgo de esta conceptualización genérica, puesto que entrar a temas más específicos , como lo son la representación de Dios, o sus cualidades y atributos nos alejaría demasiado de nuestro centro de interés, máxime si tenemos en cuenta la multiplicidad de representaciones de “Dios” que existen, incluso en un marco supuestamente tan homogéneo, como lo es la tradición judeocristiana. (A menos que estemos dispuestos a aceptar que hay un consenso, por ejemplo, en torno a la noción de trinidad  entre un testigo de Jehová, un católico y un adventista).
   En segundo lugar, no nos interesa el tema como objeto de apologética: es decir, aquí considero totalmente irrelevante para el caso entrar a discutir si  existe o no existe una divinidad, o cuál es la manera más adecuada de conectarnos con ella, o si se interesa o no por nosotros. No conformamos con el bosquejo  de noción que se señaló al principio.
   Hechas las acotaciones previas, procuraré resumir el objeto central de este escrito: diría que la dimensión que me  gustaría revisar un poco más es la banalización de “Dios” en el imaginario popular. Probablemente, sí le preguntáramos a la mayor parte de las personas que nos rodean qué ocupa el primer lugar en su vida, un número significativo contestaría que “Dios”. Sin embargo, a menos que apostemos por la gazmoñería, tendríamos que reconocer que expresiones tales como: “mi confianza está puesta en Dios”, “sólo le temo a Dios”, “sólo creo en Dios”, .... y otra retahíla de expresiones populares no pasan de ser más que reconfortantes clichés. ¿Y en qué me baso yo para blasfemar de tal modo, quién me creo yo?... (Recuerdo que mi punto no es entrar en el terreno apologético; sólo me interesa  la cuestión como un fenómeno social que se da y de qué modo se integra en el imaginario social dominante). Continuando  con el hilo anterior, considero que la respuesta es muy simple: me baso en el hecho de que, en la mayoría de los casos, no hay ninguna correspondencia entre el discurso religioso y las acciones de sus propugnadores. Me extiendo un poco más en esto: todas las religiones cuentan con una base doctrinal, cargada de preceptos éticos y normas de conducta inherentes a la condición de creyente; sin embargo, no difícil percatarse de que gran parte de esos principios son letra muerta en la práctica, que no como artilugio retórico. De allí que no sea raro que el gran Gandhi dijera una vez que le gustaba Cristo, mas no los cristianos…. Prácticamente, en todas las religiones se no presenta a una divinidad muy celosa de su nombre; a tal punto que en la Biblia, explícitamente, se plasma como mandamiento  no tomar el nombre de Dios en vano. Sin embargo, nos hastiamos de escuchar expresiones tales como: “Dios los castigará”, “Dios está conmigo”, “yo se lo dejo a Dios”…. Asumiendo, implícitamente, que “Dios” está de nuestra parte; y pregunto yo: asumiendo la existencia de un Dios antropomórfico, ¿qué nos garantiza que está de nuestro lado?, ¿acaso no podía estar del lado contrario?... En síntesis, la alusión a “Dios” como centro de nuestras vidas, no pasa de ser más que un cliché más, como el sin número de cliches fabricados en torno al amor, la amistad, el respeto, etc.
   A todo esto cabría la interrogante, ¿qué subyace al fenómeno? Mi hipótesis es básica, la apelación a “Dios” como juez  y benefactor universal permitiría 2 objetivos fundamentales:
   a. Despersonalizar el compromiso: Por ejemplo, si yo digo: “Yo sólo creo en Dios”, “yo sólo confío en Dios”, podríamos hablar de un enunciado verosímil si fuera fácticamente posible, pero, en la vida real no pasa de ser una perogrullada: nuestra vida está cimentada en fuertes tejidos sociales: cuando compro en el supermercado, debo confiar en que alguien no le echo veneno a los alimentos para deshacerse de mí; cuando salgo a mi trabajo, debo confiar en que alguien no puso una bomba en mi oficina; cuando voy a una fiesta, debo confiar que  no le han puesto cianuro a las golosinas…en fin, ciertamente uno debe ser una persona precavida, elegir bien a las personas en quienes confía y todo lo demás. Con todo, cuando alguien quiere victimizarse, eximirse de compromiso o jugar al paranoico, simplemente puede decir “sólo confío en Dios”, puesto que difícilmente “Dios” le haría una mueca, le daría una bofetada o le diría cuatro verdades en la cara. Como, en la mayoría de las veces, se representa como intangible y espiritual, cada individuo lo puede idear a su manera y conveniencia…

   b. Encubrir nuestros egoísmos: Continuando con la misma lógica, como “Dios” suele ser una entidad abstracta, que tiene la facultad de dialogar privadamente conmigo, conceptúo un “Dios” a mi medida, enfocado en mis deseos y anhelos… incluso uno podría decir que “se lo deja todo a Dios”, “que Él haga su voluntad”, pero cuando yo hablo con Él, detrás de ese discurso atenuante hay un fogoso deseo de que se cumpla lo que yo quiero ,lo que yo deseo y lo que me hace bien a mí; poco importa si eso afecta o hiere a otro, puesto que tengo una noción de “Dios” a mi medida.

  c. Enmascarar nuestras bajas pasiones: Podría ser que uno le desee mucho mal a alguien o le tenga mala voluntad, pero como no nos atrevemos a expresarlo directamente, ¿qué mejor recurso que decir: “Dios me hará justicia”, “yo se lo dejo  a Dios”, “allá arriba hay uno”… O, en el caso contrario, cuando podemos recompensar una buena obra o mostrar gratitud, es más fácil hacerse de la vista gorda y decir con una amplia sonrisa: “¡Que Dios se lo pague!”.
   Así, pues, la banalización de Dios forma parte del pan nuestro de cada día: hay gente llena de envidia, mala fe, egoísmo, odio, etc…. sin embargo, en su discurso “Dios” ocupa el primer lugar.
   Un poco valiéndonos del mundo de la farándula, podríamos decir que la frase de Arjona expresa una reconvención muy elocuente acerca de esta patología contemporánea: “Dios es verbo; no sustantivo”.
   ¿Cuál es el punto de esta disquisición? Diría que, independientemente de que tengamos una afiliación religiosa o no, es preciso reconocer que los textos religiosos cuentan con una serie de normas morales  que, puestas en práctica, serían de mucho provecho para la humanidad, puesto que la noción de Dios adquiere su máximo esplendor  como  fenómeno social cuando está orientada a la humanidad; no como subterfugio sectario, egoísta o caprichoso.Porque, ciertamente, si hacemos de la fe y de Dios una mera cuestión de retórica, tendremos como resultado un mundo tan caótico y “líquido”( para decirlo con Baumann), como el que nos ha tocado vivir…¿Hasta qué punto los grandes pregoneros de la fe, los apóstoles y “elegidos” han tendido un diálogo  sincero consigo mismo, antes de plantearse dilucidar los misterios sempiternos?... En síntesis, quizás el gran dilema divino no descanse en el plano metafísico, sino en la dimensión existencial de las personas que presumen su adhesión a “Dios”, en ese diálogo con uno mismo, para reconocer tano los vicios como las virtudes propias y poder hacer algo al respecto. O, para expresarlo más cristianamente: el asunto está en el “corazón” del hombre…

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