Por Angely Marín, XII L, Curso de Filosofía
A medida que crecemos y empezamos a
madurar, a ver las cosas desde una perspectiva distinta; de repente, no da por
recordar todas las cuestiones de nuestro
pasado, aquello que nos causó dolor, aquellas personas que nos hicieron daño,
aquellas situaciones desagradables que tuvimos que pasar por causa de alguien. Nuestros
sentimientos empiezan a tornarse confusos, no sabemos si sentimos odio, rencor o
una simple decepción, de modo que no sabemos cómo reaccionar ante tales
situaciones.
Estamos presos del rencor porque simplemente no queremos ser liberados
por el perdón ; y, al hablar de perdón,
no me refiero a aceptar que aquel que te
hizo daño venga y te pida perdón, sino que tú mismo des ese paso, que
personalmente tú perdones sin esperar la palabra “perdón” de alguien más.
Ahora bien, ¿por qué perdonar
cuando él/ella no es digno(a) de mi perdón?; ¿por qué no devolverle el daño que
me causó o aun algún peor?... Para mí, la respuesta es simple: el perdón se
constituye en una especie de medicina para el alma. Darle rienda suelta al
rencor significa envenenarnos día tras día con el amargo sabor de la ira y el rico
dulzor de una venganza; poco a poco nos
vamos enfermando de resentimiento
y lo único que llena nuestra mente y
corazón es la venganza; nos volvemos tan enfermos que no hay nada que anhelemos con más fuerza que la venganza.
El ser humano se mueve por emociones y,
muchas veces, las venganza es la reacción normal cuando nos hieren amargamente,
pero tanto que hablamos y decimos que hemos evolucionado y que somos personas
sociables y etcétera, pero la realidad es que seguimos en el pasado, practicando
el típico “Ojo por ojo, diente por diente”: nadie quiere ceder y mucho menos
tratar de perdonar. Es que somos ignorantes, vemos la venganza como la solución
correcta para quitar nuestro dolor, cuando, por el contrario, lo único que hace
la venganza es funcionar como una anestesia momentánea; momentánea, puesto que una vez pasa su efecto placentero primario, el dolor vuelve a ser tan
intenso como la primera vez. Para mi concepto, el único remedio para el dolor es
el perdón y este no es una medicina mágica que cura y limpia todo al instante,
este es una de esas medicinas que van poco a poco, pero con resultados precisos
y eficaces.
Por otra parte, al momento que decidimos perdonar, entra en escena la
famosa convicción: “Yo perdono, pero no olvido”. Considero que este no es un
auténtico perdón, puesto que aquel que insiste en el recuerdo, nunca logra
perdonar, ya que, desde el momento que recordamos la herida que nos causaron, poco a poco, se va
abriendo y tornando aún más
Dicen que la venganza es dulce como la miel y no se equivocan, la
mayoría de venenos letales saben dulces al principio, pero cuando están dentro
de tu boca y bajan por tu garganta se vuelven tan amargos que al instante
descubres que te has envenenado. Así mismo es la venganza: te engaña y envuelve
en su juego, pero, al final, te destruye y te deja mucho más vacío y adolorido.
Debemos realmente perdonar y sacar todo el veneno guardado, este es el
mejor remedio para continuar nuestras vidas sin resentimiento, ni pensamientos
malévolos y vengativos, queriendo pagar con la misma moneda a aquellos que de
uno u otra manera nos han hecho daño.
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