lunes, 30 de abril de 2012

LA CONSCIENCIA FILOSÓFICA COMO BÚSQUEDA DE SENTIDO

Es poco probable que exista un sello más distintivo de la condition humaine que nuestro inextinguible anhelo de sentido: sea cual sea nuestra formación, idiosincrasia, o contexto sociocultural, nunca nos sentiremos completos(as) si no buscamos darle un sentido a nuestra existencia, a tal punto que dicha búsqueda parece constituir el aliciente que le confiere energía a nuestro existir.
El punto de controversia no nos viene dado por la “búsqueda de sentido” en sí misma, sino por la forma en que conceptuamos dicho sentido o, en otros términos, por aquellas experiencias vitales a las que concedemos más relevancia al momento de configurar una idea personal de sentido. De hecho, nuestras nociones de sentido pueden hallar pábulo en actividades tan diversas y dispares; desde las más prosaicas hasta las más sublimes: desde ayudar a nuestro prójimo, acumular riquezas, conquistar fama, hasta asesinar por placer... ¿Quién estaría en la posición óptima para indicar cuál sería la concepción “correcta”?, ¿quién o quiénes están llamados a ser luz?
La mayoría de las tradiciones universales del mundo nos han convencido de que es posible encontrar respuestas categóricas a tales interrogantes, y han sido tantos estos ensayos de respuestas, que, en ciertas ocasiones, nos sentimos tan embriagados de sentidos ajenos, que se nos olvida construir el propio.
Sin lugar a dudas, este es un tópico tan apasionante, que ameritaría volúmenes de reflexión y aún así nos faltaría experiencia suficiente para lograr expresar su exuberante riqueza. Por lo pronto, deseo detenerme en la dimensión “terapéutica” o “catársica” del asunto.
Como bien es sabido, desde épocas inmemoriales se han desarrollado los más ingeniosos métodos para “encontrar” ese sentido: empezando por la popular oración, pasando por la relajación, hasta las más sofisticadas técnicas de meditación contemporáneas: ornamentadas de un sin fin de maneras, pero todas orientadas al mismo punto. Indicar cuál sea la “receta correcta” sobrepasa las pretensiones de este ensayo, puesto que ese hallazgo, ante todo y, en primera instancia, es una elección personal.
Con todo, a nivel metateórico, considero que nos es dable hacer algunas observaciones: Precisamente por esa condition humaine, que se sustenta en un espíritu libre y heterogéneo, me inclino a pensar que, en este particular, no hay una hoja de ruta única, sino tantos derroteros como mentes existen... ¿Pero entonces en dónde quedará nuestro encuentro con la “Verdad”? En este marco, estimo que no hay “Verdad”, sino sólo perspectivas, que hay estilos que se ajustan mejor a determinados individuos...La noción categórica de “Verdad” vendría a ser meramente una degeneración del objeto central: la búsqueda de sentido como una manifestación libre.
Es más considero que los vicios que propician tal degeneración pueden incluso ser señalados: el afán de exclusividad, el aferramiento al misterio, la insistencia en el carácter definitivo:
-El afán de exclusividad: Nuestra falta de flexibilidad mental, muchas veces inducidas por la tradición, nos sugiere que la única manera “correcta” de buscar sentido es la que nosotros practicamos, y que los métodos “verdaderos” precisamente los nuestros; es más, que nuestros códigos son tan “exclusivos”, que seguramente son inconmensurables respecto a cualquier enfoque foráneo... Pregunto yo, ¿entonces qué es lo que procede en un contexto en el cual cada enfoque se considera como “exclusivo”?...
-El misterio como argucia: Ciertamente, los avances del saber cada día confirman más la complejidad de nuestro cerebro y de sus potencialidades: abundantemente estudiado y poco comprendido. Un cerebro que es mucho más que cálculo y fría lógica ; un cerebro que también es intuición, emoción y éxtasis. Sin embargo, sacrificar todo nuestro espíritu crítico por factores puramente intuitivos o emocionales me parece que nos coloca al borde del abismo, como carne de cañón para que los farsantes y charlatanes, cuya “industria” se alimenta del engaño y del juego con las necesidades ajenas. Desde mi óptica, se precisa que reconozcamos que nuestra mente guarda profundos misterios que aún nos es vedado conocer y que nos son poco asequibles mediante los métodos tradicionales del pensamiento discursivo, pero nunca deberíamos deshacernos ciegamente del espíritu lógico para ir tras una ilusión, que sólo adquiere “sentido” práctico en las manos de los mercaderes de la “espiritualidad”.
-Carácter definitivo del sentido: Hay sentidos que nos llenan más que otros, dependiendo de las diferencias individuales o de las circunstancias, pero nuestro sentido de la vida no siempre es único, ni definitivo, como no lo es nuestra vida, hasta que se acabe. ¿Acaso querer lograr un sentido pleno no es también sugerir la consumación misma de nuestra vida?...Asignamos valor especial a determinados eventos y sucesos, cosas o personas, que constituyen componentes de nuestra búsqueda de sentido, pero se precisa que seamos conscientes de que es un proyecto, un continuo de-venir, más que un logro definitivo, puesto que , si ya es un objeto alcanzado, ¿qué razón existiría para continuar buscándole?.
Considero que una visión del sentido como una hipóstasis plena, definitiva, que llena nuestra vida de una vez por todas no guarda correspondencia con el carácter in-completo de nuestra autorrealización, que es un proceso, no una situación acabada y, por tal razón, solemos ir de frustración en frustración, puesto que queremos alcanzar la plenitud angelical en cuerpos mortales. Ese conglomerado que constituye nuestro sentido de la vida parece tener más permanencia y trascendencia en el tiempo, por lo menos el de nuestra persona , pero es no lo libera de los avatares y contingencias que constituyen este universo dinámico: se perfecciona o bien se destruye, pero siempre humano y, como tal, imperfecto y contingente. Si nuestro sentido nos refiere a una dimensión trascendente o no es harina de otro costal; lo que sí es indudable es el hecho de que su carácter realizativo se ubica en un plano contingente y humano.
Planteadas de este modo las cosas, ¿qué escenario podría plantearse? En términos sintéticos, podríamos decir que la primera “noble verdad” en esta materia consiste en que la base central de la asignación de sentido descansa en la persona y su grado de madurez: su autoconocimento y autorreflexión, como primer y fundamental paso. Si ese primer paso no es exhaustivo, todo lo demás carecería de valor y estaríamos propensos a sufrir los embates de la vacuidad existencial: ¿cómo puedo saber hacia dónde voy si no me conozco?. Recordemos la añeja máxima: “Nosce te ipsum”. Quizás el error básico consiste en que pasamos demasiado tiempo fuera de nosotros mismos, que nos queda poco para revisar nuestros defectos, virtudes y fortalezas. En este contexto, no dejan de ser iluminadoras las palabras del sabio de Königsberg cuando anotaba que no hay culpables , sino “autoculpables” de minoría de edad.
Sin embargo, un diálogo con nosotros mismo jamás sería perfecto si perdemos de perspectiva nuestra índole social y que nuestro sentido sólo adquirirá forma calibrado en el marco sociocultural que nos toca vivir y, aunque tuviésemos un contexto adverso para la prosecución de nuestro sentido, siempre tendremos la fortaleza interna de ajustar nuestras expectativas y energías a las circunstancias que nos toca vivir. Un ejemplo sublime de esta conjunción fue el famoso Confucio, quien siempre enfatizó la autorreflexión como fortaleza, pero reconociendo el papel de las relaciones sociales como equilibrio. Un equilibrio sumamente complicado: el arte de encontrarse a gusto con uno mismo, sin perder perspectiva de lo social.

No hay comentarios:

Publicar un comentario