Es
poco probable que exista un sello más distintivo de la condition
humaine que nuestro
inextinguible anhelo de sentido:
sea cual sea nuestra
formación, idiosincrasia, o contexto sociocultural, nunca nos
sentiremos completos(as) si no buscamos darle un sentido
a nuestra existencia, a
tal punto que dicha búsqueda parece constituir el aliciente que le
confiere energía a nuestro existir.
El
punto de controversia no nos viene dado por la “búsqueda de
sentido”
en sí misma, sino por la forma en que conceptuamos dicho sentido
o, en otros términos, por aquellas experiencias vitales a las que
concedemos más relevancia al momento de configurar una idea
personal
de sentido.
De hecho, nuestras nociones de sentido pueden hallar pábulo en
actividades tan diversas y dispares; desde las más prosaicas hasta
las más sublimes: desde ayudar a nuestro prójimo, acumular
riquezas, conquistar fama, hasta asesinar por placer... ¿Quién
estaría en la posición óptima para indicar cuál sería la
concepción “correcta”?, ¿quién o quiénes están llamados a
ser luz?
La mayoría de las tradiciones
universales del mundo nos han convencido de que es posible encontrar
respuestas categóricas a tales interrogantes, y han sido tantos
estos ensayos de respuestas, que, en ciertas ocasiones, nos sentimos
tan embriagados de sentidos ajenos, que se nos olvida construir el
propio.
Sin lugar a dudas, este es un tópico
tan apasionante, que ameritaría volúmenes de reflexión y aún así
nos faltaría experiencia suficiente para lograr expresar su
exuberante riqueza. Por lo pronto, deseo detenerme en la dimensión
“terapéutica” o “catársica” del asunto.
Como bien es sabido, desde épocas
inmemoriales se han desarrollado los más ingeniosos métodos para
“encontrar” ese sentido:
empezando por la popular oración, pasando por la relajación, hasta
las más sofisticadas técnicas de meditación contemporáneas:
ornamentadas de un sin fin de maneras, pero todas orientadas al mismo
punto. Indicar cuál sea la “receta correcta” sobrepasa las
pretensiones de este ensayo, puesto que ese hallazgo, ante todo y, en
primera instancia, es una elección personal.
Con todo, a nivel metateórico,
considero que nos es dable hacer algunas observaciones: Precisamente
por esa condition
humaine, que
se sustenta en un espíritu libre y heterogéneo, me inclino a pensar
que, en este particular, no hay una hoja de ruta única, sino tantos
derroteros como mentes existen... ¿Pero entonces en dónde quedará
nuestro encuentro con la “Verdad”? En este marco, estimo que no
hay “Verdad”, sino sólo perspectivas, que hay estilos que se
ajustan mejor a determinados individuos...La noción categórica de
“Verdad” vendría a ser meramente una degeneración del objeto
central: la búsqueda de sentido
como una manifestación libre.
Es más considero que los vicios
que propician tal degeneración pueden incluso ser señalados: el
afán de exclusividad, el aferramiento al misterio, la insistencia en
el carácter definitivo:
-El
afán de exclusividad:
Nuestra
falta de flexibilidad mental, muchas veces inducidas por la
tradición, nos sugiere que la única manera “correcta” de
buscar sentido
es la que nosotros practicamos, y que los métodos “verdaderos”
precisamente los nuestros; es más, que nuestros códigos son tan
“exclusivos”, que seguramente son inconmensurables respecto a
cualquier enfoque foráneo... Pregunto yo, ¿entonces qué es lo que
procede en un contexto en el cual cada enfoque se considera como
“exclusivo”?...
-El
misterio como argucia: Ciertamente,
los avances del saber cada día confirman más la complejidad de
nuestro cerebro y de sus potencialidades: abundantemente estudiado y
poco comprendido. Un cerebro que es mucho más que cálculo y fría
lógica ; un cerebro que también es intuición, emoción y éxtasis.
Sin embargo, sacrificar todo nuestro espíritu crítico por factores
puramente intuitivos o emocionales me parece que nos coloca al borde
del abismo, como carne de cañón para que los farsantes y
charlatanes, cuya “industria” se alimenta del engaño y del juego
con las necesidades ajenas. Desde mi óptica, se precisa que
reconozcamos que nuestra mente guarda profundos misterios que aún
nos es vedado conocer y que nos son poco asequibles mediante los
métodos tradicionales del pensamiento discursivo, pero nunca
deberíamos deshacernos ciegamente del espíritu lógico para ir
tras una ilusión, que sólo adquiere “sentido” práctico en las
manos de los mercaderes de la “espiritualidad”.
-Carácter
definitivo del sentido: Hay
sentidos
que nos llenan más que otros, dependiendo de las diferencias
individuales o de las circunstancias, pero nuestro sentido
de la vida
no siempre es único, ni definitivo, como no lo es nuestra vida,
hasta que se acabe. ¿Acaso querer lograr un sentido pleno no es
también sugerir la consumación misma de nuestra vida?...Asignamos
valor especial a determinados eventos y sucesos, cosas o personas,
que constituyen componentes de nuestra búsqueda de sentido,
pero se precisa que seamos conscientes de que es un proyecto, un
continuo de-venir, más que un logro definitivo, puesto que , si ya
es un objeto alcanzado, ¿qué razón existiría para continuar
buscándole?.
Considero que una visión del
sentido como una hipóstasis plena, definitiva, que llena nuestra
vida de una vez por todas no guarda correspondencia con el carácter
in-completo de nuestra autorrealización, que es un proceso, no una
situación acabada y, por tal razón, solemos ir de frustración en
frustración, puesto que queremos alcanzar la plenitud angelical en
cuerpos mortales. Ese conglomerado que constituye nuestro sentido
de la vida
parece tener más permanencia y trascendencia en el tiempo, por lo
menos el de nuestra persona , pero es no lo libera de los avatares y
contingencias que constituyen este universo dinámico: se perfecciona
o bien se destruye, pero siempre humano y, como tal, imperfecto y
contingente. Si nuestro sentido
nos refiere a una dimensión trascendente o no es harina de otro
costal; lo que sí es indudable es el hecho de que su carácter
realizativo se ubica en un plano contingente y humano.
Planteadas de este modo las cosas,
¿qué escenario podría plantearse? En términos sintéticos,
podríamos decir que la primera “noble verdad” en esta materia
consiste en que la base central de la asignación de
sentido
descansa en la persona y su grado de madurez: su autoconocimento y
autorreflexión, como primer y fundamental paso. Si ese primer paso
no es exhaustivo, todo lo demás carecería de valor y estaríamos
propensos a sufrir los embates de la vacuidad existencial: ¿cómo
puedo saber hacia dónde voy si no me conozco?. Recordemos la añeja
máxima: “Nosce
te ipsum”. Quizás
el error básico consiste en que pasamos demasiado tiempo fuera de
nosotros mismos, que nos queda poco para revisar nuestros defectos,
virtudes y fortalezas. En este contexto, no dejan de ser iluminadoras
las palabras del sabio de Königsberg cuando anotaba que no hay
culpables , sino “autoculpables” de minoría de edad.
Sin embargo, un diálogo con
nosotros mismo jamás sería perfecto si perdemos de perspectiva
nuestra índole social y que nuestro sentido
sólo
adquirirá forma calibrado en el marco sociocultural que nos toca
vivir y, aunque tuviésemos un contexto adverso para la prosecución
de nuestro
sentido,
siempre tendremos la fortaleza interna de ajustar nuestras
expectativas y energías a las circunstancias que nos toca vivir. Un
ejemplo sublime de esta conjunción fue el famoso Confucio, quien
siempre enfatizó la autorreflexión como fortaleza, pero
reconociendo el papel de las relaciones sociales como equilibrio. Un
equilibrio sumamente complicado: el arte de encontrarse a gusto con
uno mismo, sin perder perspectiva de lo social.