domingo, 18 de marzo de 2012

DE LA CUESTIÓN JUDÍA A LA CUESTIÓN SOCIAL


 Antes de entrar en los detalles analíticos, deseo plantear, brevemente, la índole de este examen: más que elaborar versión abreviada del texto Sobre la cuestión judía, lo que procuro es revisar el texto original  subrayando las líneas temáticas que nos permitan articular reflexiones de cara a la comprensión de algunos  asuntos recurrentes en filosofía social. Este propósito me viene dado por la constante inquietud que me provoca el prurito desmedido  que solemos tener por copiar planteamientos ajenos y esbozarlos como recetarios, de un modo ingenuo,  en escenarios más complejos e intricados de lo que la teoría referencial nos podría indicar. Si no, veamos el fenómeno del socialismo, que un poco de la gente lo tiene en la boca más como un vulgar clisé que como punto de reflexión.

   En principio, el planteamiento inicial de Marx en torno a las reivindicaciones judaicas, no deja de ser sugerente y enriquecedor a la hora de comprender  el entramado social actual: de hecho, si cada sector, llámese indio, negro, mujer, etc. emprendiera una campaña vindicativa particularista y excluyente, lo más probable es que , prontamente, nos veríamos presa de una fragmentación que debilitaría aún más la ya profundamente vulnerada  raigambre identitataria de nuestras sociedades latinoamericanas.
   Eso por un lado; por otro, habría qué preguntarse y discutir  qué criterios significativo y justificatorios habrían de esgrimirse a la hora de argumentar que determinado sector social (llámese judío, negro, mujer, etc.) por el sólo hecho de ser tal, merece, ipso facto, del gozo de privilegios respecto al resto del componente social. Con esto, obviamente, no queremos decir que, luego de una reflexión profunda, pudiera cimentarse un marco argumentativo; lo que sí es cuestionable es partir de la premisa  a priorística de que alguien, por pertenecer a determinado sector, automáticamente ya debo merecer un tratamiento especial o privilegiado: eso fácilmente se presta para la demagogia y el populismo clientelar.
   Otro elemento destacable de esta certera crítica marxista es el cuestionamiento a la religión como factor aglutinante: si bien es cierto, en diversas esferas, la religión ha logrado erigirse como el núcleo catalizador de la buena voluntad, al servicio a los desaventajados, para  ninguno de nosotros es un secreto el hecho de que, del mismo modo, ha servido de vehículo conflictual y discriminatorio respecto a estratos socioculturales que no comparten sus mismas creencias. Aparte de que, en múltiples ocasiones, las religiones, vistas desapasionadamente, más que promover la emancipación, lo que suelen promover es el fanatismo, el dogmatismo y el sectarismo.

    Comentando a Bauer, la reflexión marxista sobre concebir al hombre como “serpiente” con múltiples pieles suena sumamente plausible y sugerente; sin embargo, la experiencia histórica ha dejado en claro que la erradicación del “cáncer religioso” (el “desencantamiento” del mudo de la vida, por usar una expresión más sutil) está muy lejos de ser una realidad siquiera ligeramente cercana: sobre esto, es interesante revisar los datos de la famosa  Encuesta mundial de los valores). En este sentido, pues, subestimar los factores culturales e idiosincrásicos, estrechamente vinculados a tradiciones religiosas,  no es una posición tan prudente a la luz de nuestro horizontes socioculturales.  
    Otra faceta explorada, profundamente valiosa para la meditación de nuestro entorno nos viene dada cuando se cita a Bauer haciendo alusión a los derechos judíos en Francia y Marx apunta que el concepto de igualdad choca con la propuesta de privilegios religiosos judíos: Sin duda, en las sociedades siempre han existido grupos vulnerables y minoritarios; sin  embargo, estoy convencido de que, a la hora de proponer paliativos, la solución no es tan sencilla como algunos pretenden creer. Y, un poco para ilustrar la cuestión, refirámonos al contexto estadounidense, en donde se ejecutan políticas para asegurar un porcentaje para la inserción de determinados grupos étnicos (negros, por ejemplo) a algunas universidades: salvando las diferencias, este es un caso análogo al fenómeno planteado por los judíos: a los ser sectores vulnerables, en sus respectivos escenarios, se hace preciso propiciarle su capacidad de integración a los estamentos de la sociedad. Grosso modo, esta tesis parece plausible y laudable, mas, con todo, si no la matizamos la suficiente, a la hora de su aplicación, fácilmente podríamos desnaturalizar la  bondad de su alcance, sobre todo, si tenemos presente lo siguiente:
      - ¿Cómo soslayar el viejo dilema que supone que esta clase de propuestas favorecen  la promoción de fueros y privilegios de un sector determinado en detrimento de los demás, máxime si partimos del presupuesto que vivimos en sociedades democráticas e “igualitarias”?
      - Otro aspecto, vinculado  la reflexión previa, podría cuestionarse: ¿Acaso no es muy probable que este tipo de propuestas degeneren en una apología a la victimización? ¿No podría esto dar pie a la pretensión  de que por el sólo hecho de ser judío, indio, negro, mujer, etc. se me deben otorgar privilegios muy especiales, obviando, a ultranza, los factores de orden “meritocráticos”?
        -Por otro lado, cabría preguntar hasta qué punto estas  iniciativas, muchas veces expresada en el ámbito jurídico, no guardan un desfase respecto a otras esferas de la sociedad. Es decir, a nivel formal podemos “garantizar” una serie de derechos especiales. Pero la pregunta que emerge, a todas luces, es la siguiente: ¿nos hemos asegurado de que  los otros aspectos de orden educativo, económico e institucional vayan en consonancia con tales derechos, para que los sectores desfavorecidos realmente saquen el mejor provecho de sus “garantías”  y que todo no degenere el en clientelismo político, caudillismo e  improvisación?
    Estos  anotaciones   no suponen necesariamente la adscripción a una corriente que cuestiona la necesidad de garantizar ciertos derechos a sectores desaventajados; pero lo que sí busca es puntualizar que estas iniciativas suelen ser más problemáticas de lo que, a flor de piel, pareciesen ser. Y lo lamentable es que, en múltiples ocasiones, se abordan como si no lo fueran: si no, fijémonos en el tratamiento demagógico que se le da a la cuestión social con programas como la Red de oportunidades, el FECE, el tema indígena, etc.
    Otro punto muy interesante de las disquisiciones bauerianas citadas por Marx es el concerniente a la necesidad de abolición política de la religión: La primera pregunta que se nos viene a la mente es: ¿Acaso es posible establecer, en la práctica, distinciones tajantes entre la política? ¿No suelen constituir la amalgama perfecta en materia soporífera y estratégica de adormecer conciencias? ¿No constituye la religión el brazo ideológico más fuerte de los Bush, Osama bin Laden y Moon?  Marx propugna por una exclusión de la religión tanto del derecho público y privado, y yo me pregunto, si acaso pudiésemos  promover  la emancipación práctica y real  a sus extremos, ¿quién o qué lograría excluir la conciencia religiosa del imaginario social?
     Sin lugar a dudas, estas observaciones  no proponen la imposibilidad de un quehacer político allende de lo religioso; no obstante, sería interesante tener presente la dificultad  que implica la idea de una  erosión  tajante del fenómeno religioso  en  el contexto político.
    Por su parte, la propuesta de una emancipación humana  nos remite a intricado panorama ontológico-ético: ¿Podríamos pensar que así señalado el asunto estaríamos en condiciones de trazarnos una antropología filosófica fundacionalista, con un modelo ideal de persona?,  ¿Cómo encasillaríamos lo cultural-local, lo regional, en este marco categorial?  Y a nivel de praxis política, ¿cómo configuraríamos un metarrelato aglutinante en sociedades tan fragmentadas como las nuestras? De por sí, este tipo de cuestionamientos ameritaría un tratamiento aparte, que no debe dejarse de lado, a menos que apostemos por un modelo de “humanidad” meramente etéreo e inútil, con el cual nadie se halle identificado

   Una crítica realmente  sugerente de Marx es la que hace al Estado abstracto, una sintomática que aún hasta la fecha lo palpamos todos, sin lugar a dudas. Con todo, la pregunta que cabría, si nos circunscribiéramos a una filosofía de la historia, sería: ¿Y después del Estado qué? , ¡¿Una sociedad sin clases?!...
     Aunque Marx mira con recelo el protagonismo del Estado  y toma con pinzas la noción de derechos humanos, es importante rescatar como elemento significativo el hecho  de que  Marx no se mantiene ciego a la hora de reconocer la importancia (en el marco contextual  “burgués” limitado) del valor explicativo de categorías como sociedad civil, derechos del ciudadano, etc.
     Realmente Marx es irreverente  cuando apunta que ninguno de los derechos humanos  va más allá del hombre egoísta. Marcados por el signo de la competitividad, cabría preguntarnos, ¿qué es lo que, hoy por hoy,  podría escabullírsele al darwinismo social? Es seguro que el optimismo marxista frente a la disolución de la “vieja sociedad” respondió al contexto poco refinado del capitalismo de su época. Lo que sí es cierto es que muchas de sus aproximaciones siguen contando con suficiente densidad analítica para replantear temáticas sutilmente soslayadas por el mercado.

      Sin lugar a dudas, cuando leemos a Marx sentimos que nos hierve la sangre por la contundencia y efervescencia de su pensamiento, que hasta la fecha nos impacta. Sin embargo, eso no es lo problemático: lo realmente problemático es asumir la riqueza del planteamiento marxista desde una perspectiva simplista, como un dogma de fe.
     Y es que problematizar a Marx no es renegar de Marx, sino, todo lo contrario, fortalecer a Marx, en el marco institucional de un mundo dinámico y no petrificado. En su momento, Marx puso a Hegel “patas pa´ rriba”. ¿Habrá llegado el momento de optar por la misma estrategia con el mismo Marx?...

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