LA FILOSOFÍA COMO CREATIVIDAD O VOCACIÓN INQUISITIVA
¿Existe algún canon filosófico? Naturalmente que no, pero de lo que sí se
puede hablar es de una corriente más conservadora, que suele ser renuente a enfoques vanguardistas,
planteando como argumento la salvaguarda del sentido “clásico” de Filosofía.
Ahora bien, el hecho de que algunas corrientes filosóficas pongan en cuestión los modelos de interpretación
“oficializados” por filosofías adictas a enfoques metafísicos esencialistas heredados de filósofos como Platón o
Aristóteles, en nada desfavorecen la impronta filosófica; me atrevería a decir
que, todo lo contrario, la fortalecen.
Pero, ¿cuál
es la raíz de este prurito filosófico
por defender, con tanto ahínco, un estilo propio de hacer Filosofía,
con un léxico exclusivo,
muchas veces reacio a aceptar de buen
grado injerencias que no se acoplen a los modos de filosofar establecidos? Respecto a este punto, pueden
indicarse diversas razones, pasando por
las más ridículas, como la vanidad filosófica hasta algunas más fuertes, como
las concernientes a la dimensión lógico-epistémica y metodológica. Abordar toda
la gama superaría, con creces, las
dimensiones de un ensayo, pero, sobre este punto, quisiera detenerme en uno de
los argumentos más aplaudidos y examinar el alcance del mismo: el de la tradición filosófica. Su planteamiento
puede expresarse de esta manera: ¿de qué manera podría legitimarse como
filosófica una producción intelectual que no se ajuste a la idea de Filosofía
heredada por los primeros filósofos griegos y sus continuadores (es decir, a “la
tradición”)?
Antes de entrar a discutir a fondo este punto, es interesante observar
de qué manera esta apelación a la “tradición” (o como quiera que se le
denomine), tantas veces parece asumir una connotación más de una entrañable evocación romántica de
un modelo único, clásico y auténtico de hacer Filosofía que la de un recurso heurístico acorde a las
circunstancias del presente. Un espíritu ampuloso que recuerda a quienes pensaban,
por ejemplo, que la “alta cultura”
solamente era degustable en toda su riqueza si nos valíamos de determinadas
lenguas privilegiadas como el griego, el latín o el francés.
Ahora bien, yéndonos al análisis conceptual, podríamos decir que lo
que se busca precaver con este arraigo a
la “tradición” es el rigor conceptual
del dominio filosófico y, en este sentido, está de más decirlo, la
intención es positiva, puesto que nadie puede pretender disfrutar de la
experiencia filosófica si antes no cuenta con un vasto caudal conceptual, de la
“tradición filosófica”, que le otorgue sustancia y fundamento a su pensamiento.
¿Quién puede ser tan enano que pretenda una absoluta “originalidad” en Filosofía? (Si
es que acaso cabe el término de “originalidad aquí). Sin embargo, de allí a considerar la “tradición”
como una especie de tótem que debe ser replicado recurrentemente me parece que
hay una distancia abismal. Lo expreso de forma más precisa: sostener que
cualquier análisis filosófico, para que pueda contar, legítimamente, con tal
epíteto, tiene que circunscribirse únicamente al lenguaje técnico desarrollado
por los los/las filósofos ensalzados por “la tradición”, me parece un disparate. Sin
lugar a dudas, quien se agite en el quehacer de la Filosofía, necesita, como
en cualquier otra área, de conceptos
técnicos básicos, mínimamente consensuados dentro de la comunidad filosófica.
Pero sostener que el que cuestione, replantee
o, simplemente, prescinda de ciertas categorías o maneras “tradicionales” de sustentar asuntos filosóficamente, debe ser considerado un
hereje de la Filosofía, me parece que constituye una actitud que lesiona el
carácter crítico mismo de la Filosofía.
Claro que es conveniente reconocer y revisar una “tradición” de creación
filosófica, contemplar sus categorías, pero sin pasar por alto la estructura
dinámica que debe prevalecer en la Filosofía
y en su marco teórico, para nada ajeno a las contingencias conceptuales del
resto del ámbito del saber. ¿De qué otro modo podríamos entender las
transiciones y re- acoplamientos que se
han dado continuamente dentro del mismo seno de la producción filosófica? Acaso
“atascarnos” en las categorías “eternas” e “inamovibles” no constituye un atentado
contra la riqueza misma de la Filosofía?
De trazarnos una Filosofía conceptualmente consumada, ¿qué sentido tendría la
misma? …¿La mera paráfrasis de lo ya expresado?
Considero que ser más abiertos a nuevas iniciativas conceptuales en nada menoscaba el potencial
crítico de la Filosofía, como en su
momento lo evidenciara la emergencia de filosofías tan irreverentes como lo fue
la Filosofía analítica o los planteamientos de Marx, sin dejar de mencionar
esfuerzos más recientes, como los de Richard Rorty. El punto central aquí está en cuestionar, por
la “salud” misma de la Filosofía, el estereotipo fosilizado de ideal filosófico
meramente repetitivo que algunas veces se nos quiere vender. La “tradición”, cualquiera
que esta sea, no debería concebirse como
una pura evocación romántica o “edad de
oro” del quehacer filosófico, sino como un referente que se ajuste a las expectativas
del mundo contemporáneo, que enriquezca “lo
heredado” y que integre, en el plano interdisciplinario, lo que sea preciso
para estructurar análisis más acabados y exhaustivos.
En palabras simples, nuestra propuesta sugiere que deben ser la
profundidad de análisis y la riqueza
conceptual las que den razón de ser
a la “etiqueta” de Filosofía y no que la
“etiqueta” de Filosofía pretenda otorgar valor a análisis que carezcan de poca
o ninguna pertinencia actual. Podríamos aún preguntarnos si el hecho de que uno
se apropie del estilo y sistema categorial “tradicional” garantiza profundidad
de análisis o le otorga valor explicativo a sus argumentos. O, planteado de modo
contrario, ¿que uno sugiera otra manera de reflexión filosófica o que integre otras categorías de análisis,
necesariamente, supone una pérdida de densidad reflexiva?
Planteada así, grosso modo, la
cuestión es, ¿qué podría proponerse para la Filosofía en el escenario presente?
Una reflexión de esta índole no amerita de un ensayo, sino de uno o, quizás,
varios libros, pero, provisionalmente, podría sugerir algunas ideas esquemáticas.
El punto de partida fundamental, como muy bien lo sugiere la Declaración
de la UNESCO respecto al valor de la Filosofía, es que la Filosofía afiance,
institucionalmente, su presencia como tal.
Pero, para asegurar ese principio básico, sin deterioro de su acoplamiento
contextual, pienso que deberían considerarse, al menos, los siguientes presupuestos
lógico- epistemológicos:
-Subvertir la idea de una Filosofía monolítica, cerrada a revisiones y
reconfiguraciones de su marco conceptual “clásico”.
-Subvertir la idea de una Filosofía metafísica “esencialista”, que descuida
“lo contingente”. En este marco, cabría interrogarse hasta qué punto el enfoque
esencialista perpetuado por Platón podría resistir un examen exhaustivo en
función a las coordenadas espacio-temporales del mundo contemporáneo. (Pienso
que Rorty, su libro La Filosofía y el Espejo
de la Naturaleza ya avanzó mucho en esta dirección).
-Tener muy en cuenta el valor de integrar a la agenda filosófica temas
de la actualidad y pertinencia social. (Institucionalmente, la UNESCO, por
mencionar uno de los esfuerzos más destacados, ha aportado mucho, pero aún resta un camino
largo por recorrer).
-Fortalecer la colaboración entre la Filosofía y las diversas Ciencias y
áreas de especialización.
Estimo que, teniendo en
cuenta, al menos, estas ideas ejecutivas
no sólo se aseguraría la vigencia de la
reflexión filosófica, sino que, al mismo tiempo, se enriquecería, en gran
manera, su identidad institucional y académica en el mundo contemporáneo
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