domingo, 26 de febrero de 2012

LA FILOSOFÍA COMO CREATIVIDAD O VOCACIÓN INQUISITIVA


LA FILOSOFÍA COMO CREATIVIDAD O VOCACIÓN INQUISITIVA
¿Existe algún canon filosófico?  Naturalmente que no, pero de lo que sí se puede hablar es de una corriente más conservadora, que  suele ser renuente a enfoques vanguardistas, planteando como argumento la salvaguarda del sentido “clásico” de Filosofía.
   Ahora bien, el  hecho de que algunas corrientes  filosóficas pongan en cuestión los modelos de interpretación “oficializados” por filosofías adictas a  enfoques  metafísicos esencialistas  heredados de filósofos como Platón o Aristóteles, en nada  desfavorecen  la impronta filosófica; me atrevería a decir que, todo lo contrario, la fortalecen.
   Pero, ¿cuál es la raíz de este  prurito filosófico por defender,  con tanto  ahínco, un estilo propio de hacer Filosofía, con un    léxico exclusivo, muchas veces  reacio a aceptar de buen grado injerencias que no se acoplen a los modos de filosofar  establecidos? Respecto a este punto, pueden indicarse  diversas razones, pasando por las más ridículas, como la vanidad filosófica hasta algunas más fuertes, como las concernientes a la dimensión lógico-epistémica y metodológica. Abordar toda la gama  superaría, con creces, las dimensiones de un ensayo, pero, sobre este punto, quisiera detenerme en uno de los argumentos más aplaudidos y examinar el alcance del mismo: el de la tradición filosófica. Su planteamiento puede expresarse de esta manera: ¿de qué manera podría legitimarse como filosófica una producción intelectual que no se ajuste a la idea de Filosofía heredada por los primeros filósofos griegos y sus continuadores (es decir, a “la tradición”)?
  Antes de entrar a discutir a fondo este punto, es interesante observar de qué manera esta apelación a la “tradición” (o como quiera que se le denomine), tantas veces parece asumir una connotación  más de una entrañable evocación romántica de un modelo único, clásico  y auténtico de hacer Filosofía  que la de un recurso heurístico acorde a las circunstancias del presente. Un espíritu ampuloso que recuerda a quienes pensaban, por ejemplo,  que la “alta cultura” solamente era degustable en toda su riqueza si nos valíamos de determinadas lenguas privilegiadas como el griego, el latín o el francés.
 Ahora bien, yéndonos al  análisis conceptual, podríamos decir que lo que se busca precaver  con este arraigo a la “tradición” es el rigor conceptual  del dominio filosófico y, en este sentido, está de más decirlo, la intención es positiva, puesto que nadie puede pretender disfrutar de la experiencia filosófica si antes no cuenta con un vasto caudal conceptual, de la “tradición filosófica”, que le otorgue sustancia y fundamento a su pensamiento. ¿Quién puede ser tan enano que pretenda  una absoluta “originalidad” en Filosofía? (Si es que acaso cabe el término de “originalidad aquí).  Sin embargo, de allí a considerar la “tradición” como una especie de tótem que debe ser replicado recurrentemente me parece que hay una distancia abismal. Lo expreso de forma más precisa: sostener que cualquier análisis filosófico, para que pueda contar, legítimamente, con tal epíteto, tiene que circunscribirse únicamente al lenguaje técnico desarrollado por los los/las filósofos ensalzados por  “la tradición”, me parece un disparate. Sin lugar a dudas, quien se agite en el quehacer de la Filosofía, necesita, como en  cualquier otra área, de conceptos técnicos básicos, mínimamente consensuados dentro de la comunidad filosófica. Pero sostener que el  que cuestione, replantee o, simplemente, prescinda de ciertas categorías o maneras “tradicionales”  de sustentar asuntos  filosóficamente, debe ser considerado un hereje de la Filosofía, me parece que constituye una actitud que lesiona el carácter crítico mismo de la Filosofía.  Claro que es conveniente reconocer y revisar una “tradición” de creación filosófica, contemplar sus categorías, pero sin pasar por alto la estructura dinámica que debe prevalecer en la Filosofía  y en su marco teórico, para nada ajeno a las contingencias conceptuales del resto del ámbito del saber. ¿De qué otro modo podríamos entender las transiciones y re- acoplamientos  que se han dado continuamente dentro del mismo seno de la producción filosófica? Acaso “atascarnos” en las categorías “eternas”  e “inamovibles” no constituye un atentado contra la riqueza misma  de la Filosofía? De trazarnos una Filosofía conceptualmente consumada, ¿qué sentido tendría la misma? …¿La mera paráfrasis de lo ya expresado?
    Considero que ser más abiertos a nuevas iniciativas  conceptuales en nada menoscaba el potencial crítico de la  Filosofía, como en su momento lo evidenciara la emergencia de filosofías tan irreverentes como lo fue la Filosofía analítica o los planteamientos de Marx, sin dejar de mencionar esfuerzos más recientes, como los de Richard Rorty.  El punto central aquí está en cuestionar, por la “salud” misma de la Filosofía, el estereotipo fosilizado de ideal filosófico meramente repetitivo que algunas veces se nos quiere vender. La “tradición”, cualquiera que esta sea, no debería  concebirse como una pura evocación romántica  o “edad de oro” del quehacer filosófico, sino como un referente que se ajuste a las expectativas del mundo contemporáneo, que  enriquezca “lo heredado” y que integre, en el plano interdisciplinario, lo que sea preciso para estructurar análisis más acabados y exhaustivos.
  En palabras simples, nuestra propuesta sugiere que deben ser  la profundidad de análisis y la riqueza conceptual  las que den razón de ser a la  “etiqueta” de Filosofía y no que la “etiqueta” de Filosofía pretenda otorgar valor a análisis que carezcan de poca o ninguna pertinencia actual. Podríamos aún preguntarnos si el hecho de que uno se apropie del estilo y sistema categorial “tradicional” garantiza profundidad de análisis o le otorga valor  explicativo a sus argumentos. O, planteado de modo contrario, ¿que uno sugiera otra manera de reflexión filosófica  o que integre otras categorías de análisis, necesariamente, supone una pérdida de densidad reflexiva?
  Planteada así, grosso modo, la cuestión es, ¿qué podría proponerse para la Filosofía en el escenario presente? Una reflexión de esta índole no amerita de un ensayo, sino de uno o, quizás, varios libros, pero, provisionalmente, podría sugerir algunas ideas esquemáticas.
    El punto de partida fundamental, como muy bien lo sugiere la Declaración de la UNESCO respecto al valor de la Filosofía, es que la Filosofía afiance, institucionalmente,  su presencia como tal. Pero, para asegurar ese principio básico, sin deterioro de su acoplamiento contextual, pienso que deberían considerarse, al menos, los siguientes presupuestos lógico- epistemológicos:
     -Subvertir la idea de una Filosofía monolítica, cerrada a revisiones y reconfiguraciones de su marco conceptual “clásico”.
   -Subvertir la idea de una Filosofía metafísica “esencialista”, que descuida “lo contingente”. En este marco, cabría interrogarse hasta qué punto el enfoque esencialista perpetuado por Platón podría resistir un examen exhaustivo en función a las coordenadas espacio-temporales del mundo contemporáneo. (Pienso que Rorty, su libro La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza ya avanzó mucho en esta dirección).
    -Tener muy en cuenta el valor de integrar a la agenda filosófica temas de la actualidad y pertinencia social. (Institucionalmente, la UNESCO, por mencionar uno de los esfuerzos más destacados,  ha aportado mucho, pero aún resta un camino largo por recorrer).
   -Fortalecer la colaboración entre la Filosofía y las diversas Ciencias y áreas de especialización.
    Estimo que, teniendo  en cuenta,  al menos, estas ideas ejecutivas no sólo se aseguraría la vigencia  de la reflexión filosófica, sino que, al mismo tiempo, se enriquecería, en gran manera, su identidad institucional y académica en el mundo contemporáneo

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