miércoles, 25 de enero de 2012

¿Algún sitio para la moral?

 
   Muchos/as  podrían  poner en tela de juicio el valor de la reflexión moral en un mundo que dista mucho de ser el terreno más propicio para la  fermentación del viejo ideal kantiano de la buena voluntad  y en el cual el mismo concepto de "bien" se torna confuso. ¿Qué  sentido pueden tener las reconvenciones si el discurso "moral" va por un lado y la "realidad" va por otro lado?
  Sin asomo de dudas, una piedra de toque como esta no parece muy fácil de soslayar. Sin embargo, pareciera ser que la verdadera raíz del problema consiste en hemos sobre- dimensionado el alcance de la reflexión ética y, para poder comprender mejor este trastrocamiento, conviene empezar cuestionando una inveterada concepción de lo que es la moral. Suele creerse, en primera instancia, que existe "la moral" y, por otro lado, que existen una serie de principios transparentes, absolutos y consensuados  que  caracterizarían  la conducta de una personal "moral" en cualquier circunstancia.
 Ambas asunciones carecen de fundamento alguno, aunque muchísimas personas las crean a pies juntillas. Es natural que en un mundo tan diverso y con multiplicidad de intereses  emerjan igual cantidad de "morales" que salvaguarden su idiosincrasia de cualquier amenaza exterior. De allí que lo que podría ser la salvación para unos, muy bien podría ser el veneno de otro; o los principios "morales" que se ajustan a determinado estándar de vida no necesariamente constituyen el referente de otros modos de existencia. ¿Entonces qué nos queda?, ¿abandonarnos al nihilismo o al relativismo moral más oportunista? Obviamente, que no parece ser la salida más sensata, a menos que deseemos devorándonos unos a otros. Pero, ¿acaso  no es así como "se mueve el mundo"?
    Con un panorama como el indicado, resulta complicado lograr consensos amplios en materia moral; sin embargo, Adela Cortina  ha dedicado buena parte de sus análisis éticos a ofrecer luces sobre el particular y su idea de una “ética de mínimos” constituye un avance significativo en esta línea. En palabras simples, el ideal de una Ética de avanzada consistiría en trazar una serie de presupuestos lo suficientemente generales y positivos, que logren la aceptación en cualquier contexto social, independientemente de las particularidades  culturales de  cada región geográfica. El asunto de cómo estas regiones desarrollarían  concretamente estos presupuestos morales sería asunto de cada cual.
   En principio, tal propuesta suena muy plausible, aunque su implementación no es una materia nada simple. Ahora bien, de lo que no me cabe duda es que esta reorientación de lo que debe ser el propósito de la Ética me parece un ejercicio  muy significativo, sobre todo al estrechar el lazo entre ética y sociedad, a través de una Ética cívica, que contemple tanto las dimensiones políticas como interculturales de la discusión. No podemos aspirar a consensos morales si nuestras abstracciones éticas se desligan excesivamente de los escenarios en que opera el juicio moral.
   A la luz de los inmensos desafíos globales de la sociedad contemporánea, es evidente que la agenda programática de la Ética debe estar enfocada más bien en el consenso intercultural que en imposición de principios cerrados, dictados desde un solo sólo polo de influencia.
   En este marco, estimo que una Ética para el siglo XXI, si  aspira a incidir, efectivamente,  en amplios  sectores debería plantearse seriamente, por lo menos 4  transiciones básicas:
      - Del nivel personal al nivel social:  Podríamos pasarnos el resto de la existencia debatiendo nimiedades en torno a las regulaciones más específicas  de la conducta moral de las personas; sin embargo, los desafíos morales del siglo XXI sobrepasan, con mucho, tal punto de partida. Naturalmente, la acción moral principia por la persona, pero no se agota en ella. Pienso que una reflexión  más razonable debería  contemplar el diseño de intervenciones sociales que aseguren un marco social propicio básico que favorezca conductas beneficiosas  para el mayor número de afectados en una sociedad determinada.
  La aplicación a niveles más personales ya no sería una cuestión solamente ética, sino que debería, igualmente, contemplarse a la luz de circunstancias específicas, en conjunción con los patrones políticos y las regulaciones jurídicas del medio
     - Del nivel dogmático al nivel comunicativo y de consensos: Pese a las enconadas reticencias al cambio por parte de los sectores más conservadores, para nadie es un secreto que el viejo ideal de una moral autoritaria y dogmática cada día pierde menos fuerza. Ciertamente, miles personas se identifican actualmente con tales modelos, pero,  muchas veces, sólo lo hacen como un mero ritual o costumbre heredada más que con una firme convicción y eso es algo natural: en una sociedad que ha evolucionado tanto y  que ha superado, si quiera parcialmente,  una cantidad increíble de prejuicios, ¿cómo concebir, un modelo de moral unidireccional? Incluso las nuevas tecnologías de la información parecen  favorecer iniciativas de regulación moral más horizontales y abiertas, en que se potencie la capacidad comunicativa y dialógica de los individuos y no únicamente su faceta servil.
        -Del nivel etnocentrista al nivel intercultural: Si realmente estamos comprometidos con una cultura de convivencia pacífica, el arraigado sueño de imponer culturas “superiores” a las “inferiores” debería ser profundamente atenuado. En este punto, podemos señalar, al menos, 2 razones fundamentales:
            a- Es perfectamente común que cada sociedad desarrolle un conjunto de prácticas y costumbres que la identifiquen y resalten el sentido de pertenencia: pretender desarraigar tales usos sociales, muchas veces, tiende a  percibirse como un atentado contra la identidad de los pueblos afectados; de allí, que toda iniciativa ética debería comenzar por la promoción de un respeto y reconocimiento de las diversas culturas. Si en el marco de tales contextos culturales se dan fenómenos que contravengan principios morales básicos, es un punto que debe subsanarse fortaleciendo o correlacionando, dialógicamente,  aspectos más positivos dentro de tales contextos; no únicamente erradicándolos  o desconociéndolos en términos absolutistas.
             b- Otra razón, no menos importantes, es que hay, sencilla y llanamente, prácticas y conductas morales que se ajustan mejor a  ciertas culturas que otras. Los principios sobre los cuales se asientan podrían ser idénticos, pero su expresión concreta no necesariamente. Así, la solidaridad como principio, por decirlo algo,  no se práctica del mismo modo en la ciudad de Panamá que en una tribu africana o amazónica, aunque todas constituyan actos solidarios.

     -Del nivel conceptual al nivel  operacional: La tradición filosófica ha sido pródiga en despampanantes elucubraciones, que no guardan ninguna relación, o muy escasa,  con el escenario de acción. En este marco, es prudente no perder de perspectiva que la Ética, si pretende tener algún influjo  sobre las personas, debe partir de la reflexión de nuestra condición situada, con una disposición colaborativa; no como una roñosa tutora que sólo sabe dar pautas que todo el mundo decide ignorar. Me inclino a pensar que un nivel meramente retórico o especulativo por sí solo no tiene ningún futuro en un mundo como este. La salida más sabia parece hallar su curso en  la consolidación de una reflexión ética que contemple en su análisis los mecanismos institucionales, de orden social, político, jurídico o cultural que también condicionan  la acción moral de las personas. En fin, la mayoría de las personas no quiere únicamente discursos, sino también opciones plausibles de actuación.

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