Muchos/as
podrían poner en tela de juicio el valor de la reflexión moral en un
mundo que dista mucho de ser el terreno más propicio para la fermentación
del viejo ideal kantiano de la buena
voluntad y en el cual el mismo concepto de "bien" se torna
confuso. ¿Qué sentido pueden tener las reconvenciones si el discurso
"moral" va por un lado y la "realidad" va por otro lado?
Sin asomo de dudas, una piedra de toque
como esta no parece muy fácil de soslayar. Sin embargo, pareciera ser que la
verdadera raíz del problema consiste en hemos sobre- dimensionado el alcance de
la reflexión ética y, para poder comprender mejor este trastrocamiento,
conviene empezar cuestionando una inveterada concepción de lo que es la moral.
Suele creerse, en primera instancia, que existe "la moral" y, por
otro lado, que existen una serie de principios transparentes, absolutos y consensuados que caracterizarían la conducta de una personal "moral"
en cualquier circunstancia.
Ambas asunciones carecen de fundamento
alguno, aunque muchísimas personas las crean a pies juntillas. Es natural que
en un mundo tan diverso y con multiplicidad de intereses emerjan igual cantidad de "morales"
que salvaguarden su idiosincrasia de cualquier amenaza exterior. De allí que lo
que podría ser la salvación para unos, muy bien podría ser el veneno de otro; o
los principios "morales" que se ajustan a determinado estándar de vida
no necesariamente constituyen el referente de otros modos de existencia.
¿Entonces qué nos queda?, ¿abandonarnos al nihilismo o al relativismo moral más
oportunista? Obviamente, que no parece ser la salida más sensata, a menos que
deseemos devorándonos unos a otros. Pero, ¿acaso no es así como "se
mueve el mundo"?
Con un panorama como el indicado, resulta
complicado lograr consensos amplios en materia moral; sin embargo, Adela
Cortina ha dedicado buena parte de sus análisis
éticos a ofrecer luces sobre el particular y su idea de una “ética de mínimos”
constituye un avance significativo en esta línea. En palabras simples, el ideal
de una Ética de avanzada consistiría en trazar una serie de presupuestos lo suficientemente
generales y positivos, que logren la aceptación en cualquier contexto social,
independientemente de las particularidades culturales de cada región geográfica. El asunto de cómo
estas regiones desarrollarían concretamente estos presupuestos morales sería
asunto de cada cual.
En
principio, tal propuesta suena muy plausible, aunque su implementación no es una
materia nada simple. Ahora bien, de lo que no me cabe duda es que esta
reorientación de lo que debe ser el propósito de la Ética me parece un
ejercicio muy significativo, sobre todo
al estrechar el lazo entre ética y sociedad, a través de una Ética cívica, que contemple tanto las
dimensiones políticas como interculturales de la discusión. No
podemos aspirar a consensos morales si nuestras abstracciones éticas se
desligan excesivamente de los escenarios en que opera el juicio moral.
A la luz
de los inmensos desafíos globales de la sociedad contemporánea, es evidente que
la agenda programática de la Ética debe estar enfocada más bien en el consenso intercultural que en
imposición de principios cerrados, dictados desde un solo sólo polo de
influencia.
En este marco, estimo que una Ética para el
siglo XXI, si aspira a incidir,
efectivamente, en amplios sectores debería plantearse seriamente, por lo
menos 4 transiciones básicas:
- Del nivel personal al nivel social: Podríamos pasarnos el resto de la existencia
debatiendo nimiedades en torno a las regulaciones más específicas de la conducta moral de las personas; sin
embargo, los desafíos morales del siglo XXI sobrepasan, con mucho, tal punto de
partida. Naturalmente, la acción moral principia por la persona, pero no se
agota en ella. Pienso que una reflexión más razonable debería contemplar el diseño de intervenciones
sociales que aseguren un marco social propicio básico que favorezca conductas
beneficiosas para el mayor número de
afectados en una sociedad determinada.
La
aplicación a niveles más personales ya no sería una cuestión solamente ética,
sino que debería, igualmente, contemplarse a la luz de circunstancias específicas, en conjunción con los patrones
políticos y las regulaciones jurídicas del medio
- Del
nivel dogmático al nivel comunicativo y de consensos: Pese a las enconadas
reticencias al cambio por parte de los sectores más conservadores, para nadie es un secreto que el viejo ideal de una moral autoritaria y dogmática cada día
pierde menos fuerza. Ciertamente, miles personas se identifican actualmente con
tales modelos, pero, muchas veces, sólo
lo hacen como un mero ritual o costumbre heredada más que con una firme
convicción y eso es algo natural: en una sociedad que ha evolucionado tanto y que ha superado, si quiera parcialmente, una cantidad increíble de prejuicios, ¿cómo
concebir, un modelo de moral unidireccional? Incluso las nuevas tecnologías de
la información parecen favorecer
iniciativas de regulación moral más horizontales y abiertas, en que se potencie
la capacidad comunicativa y dialógica de los individuos y no únicamente su
faceta servil.
-Del nivel etnocentrista al nivel
intercultural: Si realmente estamos comprometidos con una cultura de
convivencia pacífica, el arraigado sueño de imponer culturas “superiores” a las
“inferiores” debería ser profundamente atenuado. En este punto, podemos
señalar, al menos, 2 razones fundamentales:
a- Es perfectamente común que cada sociedad desarrolle un conjunto de
prácticas y costumbres que la identifiquen y resalten el sentido de
pertenencia: pretender desarraigar tales usos sociales, muchas veces, tiende a percibirse como un atentado contra la
identidad de los pueblos afectados; de allí, que toda iniciativa ética debería
comenzar por la promoción de un respeto y reconocimiento de las diversas
culturas. Si en el marco de tales contextos culturales se dan fenómenos que
contravengan principios morales básicos, es un punto que debe subsanarse fortaleciendo
o correlacionando, dialógicamente, aspectos más positivos dentro de tales
contextos; no únicamente erradicándolos
o desconociéndolos en términos absolutistas.
b- Otra razón, no menos importantes, es que
hay, sencilla y llanamente, prácticas y conductas morales que se ajustan mejor
a ciertas culturas que otras. Los principios
sobre los cuales se asientan podrían ser idénticos, pero su expresión concreta
no necesariamente. Así, la solidaridad como principio, por decirlo algo, no se práctica del mismo modo en la ciudad de
Panamá que en una tribu africana o amazónica, aunque todas constituyan actos
solidarios.
-Del nivel conceptual al nivel operacional: La tradición filosófica ha
sido pródiga en despampanantes elucubraciones, que no guardan ninguna relación,
o muy escasa, con el escenario de
acción. En este marco, es prudente no perder de perspectiva que la Ética, si pretende
tener algún influjo sobre las personas,
debe partir de la reflexión de nuestra condición
situada, con una disposición
colaborativa; no como una roñosa tutora que sólo sabe dar pautas que todo
el mundo decide ignorar. Me inclino a pensar que un nivel meramente retórico o
especulativo por sí solo no tiene ningún futuro en un mundo como este. La
salida más sabia parece hallar su curso en la consolidación de una reflexión ética que
contemple en su análisis los mecanismos institucionales, de orden social,
político, jurídico o cultural que también condicionan la acción moral de las personas. En fin, la
mayoría de las personas no quiere únicamente discursos, sino también opciones
plausibles de actuación.