sábado, 10 de marzo de 2012

LIBERTAD: ¿UN MARCO COMÚN POSIBLE?




   En materia tan complicada, una persona mínimamente avisada tendría su primer escollo al plantearse interrogantes  tales como: ¿de qué manera  empezar? , ¿cuál sería el ángulo perfecto?, ¿cuál el enfoque más completo? Frente a un panorama como este, nuestro plan es bastante modesto, sin dejar de ser riguroso: abrevando en las más múltiples fuentes,  procuraremos trazar un sentido de libertad lo más cónsono a nuestra  presente realidad geopolítica global. Una vez provistos de un concepto guía, estaremos  preparados para reflexionar en torno a la situación de la “libertad” en el mundo contemporáneo y delinear  una serie de planteamientos que pudiesen servirnos para inquirir con más cuidado en los tortuosos vericuetos de la “libertad” entendida en un contexto práctico[1].

  § Precisiones Conceptuales y Consideraciones Preliminares:

  De todos los conceptos concebidos por el pensamiento, quizás ninguno haya suscitado sentimientos e ideas más afines y antagónicas a la vez como lo ha hecho el de “libertad”.  Por muy opresor que haya sido, no ha habido movimiento ideológico alguno, llámese político, religioso, artístico, etc., que, de algún modo u otro, no la haya asumido como aliada incondicional de su causa, asunción esta  bastante asequible tal vez, debido al carácter escurridizo y maleable de su significado y de sus consiguientes   implicaciones prácticas: de allí que no sea extraño que la libertad fuera tomada con similar ímpetu tanto por Marx y Dussel como por von Mises y Hayek  para defender causas tan contrapuestasd.
  De hecho, delimitar una noción básica de libertad constituye una tarea sumamente complicada, puestos que ha emergido, con las más diversas connotaciones en múltiples contextos socioculturales (y con distinto acento en el mismo contexto sociocultural, en circunstancias históricas desiguales) , no sólo como reflexión propia de nuestra tradición  occidental[2], sino en el corazón mismo de las antiquísimas cosmovisiones orientales, como lo son la judía, la hindú, la china, la budista, etc. (en estos últimos casos, sobre todo, desde un enfoque marcadamente espiritualista e introspectivo). Frente a un panorama como este, ¿qué nos induce a pensar que la única acepción “correcta” sería   aquella construida a partir de  nuestro horizonte axiológico?, ¿acaso el triunfo científico-técnico  e intelectual heredado del la creatividad de Occidente? Un análisis riguroso los hechos no pareciera permitirnos una respuesta categóricamente afirmativa a este último cuestionamiento, toda vez que los mismos pensadores occidentales han denunciado, desde los más disímiles frentes, la dificultad de fraguar instituciones “libres” en escenarios a la vanguardia en materia de desarrollo científico-tecnológico.
  Ahora bien, a todo esto se nos impone una interrogante aún más aguda, ¿cómo concebir una noción de libertad que nos ayude a comprender mejor la idea de sociedades multiculturales altamente sofisticadas como las que nos toca vivir hoy en día? Como bien dijéramos  al inicio de este texto, desde los más remotos tiempos,  se han arrojado los más variados conceptos de libertad, de allí que sea una insensatez pretender, de buenas a primeras, esbozar un concepto acabado y exhaustivo de esta idea.  Así, para efectos de nuestra reflexión,  ensayaremos  un concepto general  libertad abierto al incremento semántico, contemplando los ajustes necesarios, dependiendo del objeto de reflexión que tengamos presente.
   Sin embargo, nuestro ejercicio no sería provechoso si, previamente, no nos detenemos a descartar ciertos ideas recibidas acerca de la “libertad”, que más que arrojar luces, lo que hacen es enturbiar  la reflexión sobre el particular: Una de esos primeros “fantasmas” es partir de la premisa de que la “libertad” es un “algo” absoluto de lo que se puede hablar en puro abstracto, sin atender al entorno socio-histórico, ni a las circunstancias contextuales de una determinada cultura.
  En este punto, el primer desvarío consiste en concebir la libertad como una  hipóstasis, conducente a un abstraccionismo simplista  que plantea una “liberación” absoluta de la Humanidad[3]. Sin  lugar a dudas, un planteamiento de la “libertad” en estos términos no nos conduciría más que a una desatención de las complejas relaciones socioeconómicas y políticas concretas  por ir tras de una fetichización de la “libertad” más sugestiva y grandilocuente, pero menos cimentada en las posibilidades fácticas.
  No menos peligrosa es aquella quimérica  tesis de una “libertad” indeterminada o sin limitaciones. Este enfoque, desde el punto de vista estrictamente filosófico, es, simplemente, un disparate: en un mundo humano, intrínsecamente relativo y contingente, ¿cómo podríamos concebir, de manera consistente, una libertad sin correlación de ninguna índole? ; y, desde el enfoque, sociopolítico y económico, ¿cómo podríamos cimentar una sociedad ordenada y eficiente sin un concepto de autoridad y prescripción que vaya paralelo al de las “libertades”?
  Con base en estos planteamientos, me inclino más por un concepto correlacional o “débil” de libertad, puesto que un análisis abstraccionsista o esencialistaf parece alejarnos excesivamente de nuestros escenarios “reales” o concretos. Asumir esta línea reflexiva, nos permitirá entender que no existe  “una” libertad omnicomprensiva, sino que la libertad puede revestir múltiples formas; la idea de libertad puede asumir gradaciones y estadios que ponen en tela de duda la alusión a extremos tipo “libertad total” o “sujeción total”, que con dificultad se dan en estado puro en algún escenario social.
  Así, entenderemos por libertad  la ausencia de coacción sobre los actos voluntarios de los individuos de una sociedad determinada y, por extensión, de las instituciones específicas  que configuran el  ámbito cultural de tales individuos. Para poder ahondar en  nuestro análisis, estipularemos  dos tipos básicos de libertad: libertad física  y libertad subjetiva. Llamaremos  libertad física  a aquella facultad de la voluntad de los individuos de actuar sin ser coaccionados* por ningún tipo de fuerza material que constriña sus cuerpos; en tanto que, libertad subjetiva la entendemos como la capacidad del individuo para actuar  sin ninguna interferencia que vulnere su autonomía de pensamiento y juicio crítico.
  Obviamente, esta es una distinción artificial, puesto que  la multiplicidad  de nuestras sociedades no siempre es susceptible de ajustarse a esta clase de esquematizaciones; sin embargo, me parece, para efectos expositivos, muy pertinente esta distinción, puesto que en la retórica sobre la temática muchas veces se descuida atender a la sutilezas que trazan los cotos entre nuestra autodeterminación corporal  y aquella vinculada a nuestro universo subjetivo. Por ejemplo, durante centurias, los teóricos han arremetido contra la esclavitud,  el despotismo, las detenciones arbitrarias, etc. y contra violación de  la libertad de pensamiento, de expresión, de prensa, etc. considerando que este último grupo de  libertades expresan la totalidad de las reivindicaciones vinculadas a la libertad subjetiva; sin embargo, los traumas socioculturales del mundo contemporáneo son testimonio fehaciente  de que aún queda mucho por profundizar en la concepción  este tipo de libertades, como veremos más adelante.

      § § Sobre libertad física:
 
   Como es sabido, la noción de de derechos individuales y, con ello, la reivindicación de la libertad física, es una conquista que apenas empieza a consolidarse en las postrimerías del Mundo Moderno y a principios de la llamada Edad Contemporánea; de allí, pues, que el Mundo Antiguo no concibiera la libertad física como un valor fundamental. Hoy en día, a pesar de haber superado las discusiones en torno a la legitimidad de la esclavitud  y  de la consagración de la libertad como un principio básico de los Derechos Humanos, el “instinto” caníbal no parece erradicarse de las mentes humanas: los totalitarismos políticos, camuflados bajo el paraguas de esquemas ideológicos mesiánicos, los desplazamientos comunitarios forzados y las sofisticadas mafias vinculadas al tráfico humano y al secuestro  ciernen su borrasca sobre nuestras sociedades. De allí que sugerir que el tema de la libertad física sea un punto superado constituye una visión muy limitada  de nuestra realidad.
   Con todo, en términos de equilibrio sociopolítico, la cuestión social parece ser uno de los temas acuciantes de la actualidad. Debemos recordar que ya Constant, desde su célebre Discurso de 1819, planteó dos modelos básicos de libertad: la libertad de los modernos, por oposición a la de los antiguos: la libertad de aquéllos sería la llamada “libertad negativa”, que, concebida como reacción frente al absolutismo monárquico,  propugnaba por la  no interferencia e independencia para con los individuos; en tanto que la de los antiguos centraría su énfasis en el derecho a la participación colectiva y en la deliberación pública. Esta distinción, de vieja data, nos evoca otra vieja discusión más tardía: el viejo ideal liberal, centrado la libertad y seguridad económica del individuo  frente al planteamiento de libertades “positivas”, centradas en la posibilidad de realización, propuestas con especial énfasis por el enfoque colectivista de los socialistas. En el marco de esta reflexión, uno de los puntos más controvertidos es el de libertad y condiciones materiales y económicas que faciliten el goce pleno de las mismas. Si bien es cierto, como apuntaba muy atinadamente Laski, “seguridad económica” no es equivalente a  “libertad”[4], no es menos cierto, como el mismo sostiene más adelante,  que la seguridad económica “es una condición sin la cual la libertad nunca sería efectiva”. De hecho, idear un  concepto de “opresión” o “libertad económica” (que no debería confundirse con la “libertad económica” de la cual habla la corriente neoliberal), sería una mera cuestión de clarificación semántica. Pero lo que sí es un hecho indiscutible es que los factores de tipo material y económico constituyen elementos básicos al momento de trazarnos un sentido de libertad entendida en un sentido “positivo”, de realización y  acción en  sociedades  como las que hoy nos toca vivir; motivo por el cual no es extraño que otro intelectual de gran renombre como lo es Aron sostuviera:
           
             “Para que el ciudadano sea efectivamente libre no le basta con hacer
            cualquier cosa que la ley prohíba a los otros, ni que el Estado se lo
            permita bajo amenaza de sanción; necesita aún  poseer los medios
            materiales”[5]

   Tales han sido los desequilibrios que ha traído consigo la explosión del capitalismo, que hasta los sectores más moderados han se han visto en la necesidad reconocer que el mero “laissezferismo”  no podría contener las complicaciones  que traería consigo un modelo de desarrollo que no contemple la justicia social[6]. La discusión en torno a cuáles serían las salidas ideológicas  menos traumáticas podría extenderse ad infinitum, pero lo que no es susceptible de cuestionamiento es que la seguridad económica y material debe constituir un complemento  necesario en cualquier esfuerzo serio por plantear el tema de las libertades más allá del solo formalismo jurídico, puesto que la supresión de restricciones legales no garantiza, en modo alguno, libertades que vienen determinadas por las condiciones económicas.

      § §  Sobre libertad subjetiva:

En sociedades tan pertrechadas de mecanismos y estrategias de inducción ideológica como son las nuestras, no cabe duda de que este es el tipo de libertades más sacudidas. Aguzando un poco más nuestra capacidad abstractiva, podemos decir que se pueden detectar tres condiciones básicas que afectarían  a  esta clase de libertad:

  -Coacción subjetiva cimentada en el carácter personal
  -Coacción subjetiva cimentada en la intervención de universos simbólicos circundantes.

 -Simbiosis carácter-universos simbólico

  -Coacción subjetiva cimentada en el carácter personal:

  A nadie se le oculta que la “sociedad del bienestar”,  con sus imponentes avances científico-tecnológicos y las múltiples facilidades que ha ofrecido a la Humanidad, también ha traído consigo un sinnúmero de efectos no deseados que amenazan con deshumanizar cada vez más a los individuos, arrebatándoles su sentido existencial y la capacidad de apreciar las “pequeñas alegrías de la vida”, como dijera el famoso Hermann Hesse.  La valoración de este tipo de  libertad cuenta con una tradición milenaria, que va desde las concepciones orientales de  “libertad” como un producto de la interioridad espiritual hasta las reflexiones filosóficas de Sócrates y Kant, junto con enfoques más políticos, pero no menos  sutiles, como los de Burke, cuando sostiene en sus  Reflexiones sobre la revolución francesa:¿Qué es la libertad sin sabiduría ni virtud? El mayor de los males posibles”. Sin duda, esta frase resume muy bien el ideal de una libertad subjetiva anclada a la sabiduría del carácter personal, como “prudencia”.
En este punto, el gran dilema ya no sería la reivindicación de nuestra libertad desde fuera, sino  el de nuestra propia anulación de la libertad, desde el momento que renunciáramos a ser autónomos y a hacernos cargo de nuestra realidad personal. Aquí el punto ya no es ¿dónde? están mis libertades, sino ¿qué he  hecho con mi libertad radical de ser yo mismo?, ¿hasta qué punto des-personalizo una libertad que, en primera instancia concierne a  mí y sólo a mí? A esta clase de libertad es que alude la inveterada tradición mística de Oriente y su estilizada versión psicológica y literaria impulsada por un número significativo de autores más actuales. De todos ellos, quizás sea Erich Fromm el que más sugestivamente haya trazado los dilemas de esta libertad en la sociedad de las últimas décadas. Sintetizando la tesis de Fromm, Germani, en su  Prefacio a la edición castellana al famoso texto, anota:
       
           “Este naufragio de la personalidad en la existencia impersonal,
           que huye de sí misma y que pierde en la conducta socialmente
           prescrita toda su autenticidad, representa realmente la situa
           ción del hombre contemporáneo, y su desesperada necesidad
           de salir de la esclavitud del anónimo todo el mundo y recon
           quistar su propio auténtico yo”[7]
          
Bien podríamos hostigar un sutil pensamiento como este con dardos lógicos, interrogando  en torno al sentido preciso  de conceptos tales como “personalidad”, “existencia impersonal” o “auténtico yo”, cuestionando sobre los límites que separarían lo “personal” de lo “impersonal” o respecto al alcance existencial de la “autenticidad”. Y, ciertamente, constituirían indagaciones razonables, mas no supondrían escollos insalvables si tenemos el cuidado de  hacer explícito lo que se quiera decir con los términos en cuestión, aunque siempre siendo conscientes del carácter profundamente difuso de cualquier concepto que pretenda dar cuenta de la introspección humana.
Ahora bien, en vista de las dinámicas psico-sociales del mundo actual, es seguro que no se requerirá poseer un aguzado espíritu lógico para poder percibir el significado profundo de este pensamiento, máxime que, pese a haber sido expresado  hace más de dos décadas, guarda su vigencia como si hubiese sido escrito solo ayer. A todo esto, llama la atención que un autor como Laski, imbuido del empirismo anglosajón, también dé espacio al análisis interiorista en su abordaje de la libertad, planteando abiertamente:

       “En una palabra, toda tentativa de extraer una parte de mi yo del
      conjunto de mi ser, como si ella sola constituyera mi verdadero yo,
      no sólo niega que mi experiencia es auténtica, sino que, además,
      hace de mí un mero instrumento de los propósitos de los demás.
      Sea cual fuere esa condición, es indudable que no puede ser repu
      tada como libertad” (Laski, H, Op. Cit., p. 28)
     
   Tal vez la mejor forma de expresar la idea respecto a la coacción subjetiva cimentada en el carácter personal sería evocando la célebre máxima kantiana: no hay culpables, sino autoculpables de la minoría de edad; un no querer hacernos responsables del curso de nuestra propia vida.
  La evitación de esta coacción autoculpable vendría prevenida tomando en cuenta, por lo menos:
 - No diluir nuestra individualidad en el conglomerado social: Ambos se interrelacionan, pero no son reductibles: eso marcaría la autenticidad
 -   Preservar la autonomía, que vendría marcada por nuestra capacidad de regular nuestra vida por juicios críticos y decisiones que no nos son impuestos, ni consciente ni inconscientemente.
 -  El principio de la sabiduría introspectiva, heredado de los griegos, de los estoicos  y del mismo pensamiento oriental: “Conócete a ti mismo”, evocando al maestro de Platón. ¿Cómo podríamos  conocer lo que nos rodea y a nuestros semejantes,  si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos: nuestras potencialidades y debilidades. La famosa frase “Sapere aude”  retomada por Kant, pareciera, entonces, resumir el ideal de que el verdadero camino de la libertad comienza por la conciencia

Ahora bien, en pleno siglo XXI, con un mundo rebosante de los más inimaginables avances científico-técnicos, asfixiado por los inmensos truts y en donde la mayoría de las relaciones tienden a despersonalizarse producto de las necesidades burocráticas que requiere una complicada estructura social como la nuestra, muchos podrían preguntarse, al leer esta líneas, ¿qué sentido tiene abandonarse a un interiorismo, más afín a un ingenuo misticismo que a una reflexión académica?  Respecto a esta objeción, es muy probable que aquellos individuos familiarizados con los múltiples hallazgos  de la psicología y la antropología  social no serán desconocedores de los profundos efectos que tienen las estructuras cognitivo-axiológicas de los individuos al momento de prefigurar cambios profundos en cualquier estructura social: el análisis de las estructuras culturales de la sociedad jamás podrá ser  bien comprendido si antes no tenemos claridad acerca de las estructuras psíquicas de los individuos que las configuranq.

-Coacción subjetiva cimentada en la intervención de universos simbólicos circundantes:
 Para entender mejor este punto, es fundamental tener en cuenta que jamás podremos hablar del individuo en abstracto, puesto que el individuo siempre se halla situado en un contexto social que le transmite un marco cultural y axiológico determinado. Muy bien podría darse el caso de individuos que se rebelen o renieguen de ese contexto, pero siempre será en interacción con el mismo; no al margen. Estamos, ante el proceso de socilización del individuo, ¿cómo garantizar la autonomía del individuo ante un asfixiante bombardeo cultural que no le da espacio para ser el mismo y que le da prefabricado el concepto de persona exitosa, triunfadora o atractiva? Interrogantes como estas son las que se traza un autor como Eric Fromm, desde el ámbito de la psicología, o Marcuse desde su crítica de las críticas a la sociedad de consumo[8]. La cuestión  aquí ya no vendría siendo sólo la concerniente a la madurez de nuestro juicio crítico, sino también es poner sobre el tapete  de qué manera un entorno sociocultural enajenante podría contribuir a hacernos entes a-críticos, uniformes y estandarizados, subyugados frente a portentoso efecto de una publicidad carente de consideraciones más allá de la mera utilidad y la ganancia.   
Uno de los autores más actuales que se ha esforzado por explicar este complejo proceso de compulsión de entramados culturales sobre el espacio del individuo es Pierre Bordieu,  quien se vale del concepto de habitus. Desde el enfoque de nuestro  autor, el habitus es una categoría que le permite dar cuenta de cómo la reproducción simbólica puede coadyuvar a preservar el poder de los grupos dominantes, toda vez que el  habitus interviene como un conjunto de disposiciones durables que posibilitan la internalización simbólica de la subordinación,  que  se expresa mediante esquemas de pensamiento y percepción  pasivos ante la enajenación*. Bordieu hace un esfuerzo por ofrecernos una definición de habitus, apuntando:

         El habitus, como sistema de disposiciones para la práctica,
            es un fundamento objetivo de conductas regulares, por lo tanto
            de la regulación, y, si se pueden prever las prácticas (aquí, la
            sanción asociada a una cierta transgresión), es porque el ha
            bitus hace que los agentes que están dotados de él se compor
            ten de una cierta manera”[9]

 De este modo, la internalización del mundo objetivo vendría mediada por  el habitus, que suele, de un modo básicamente  espontáneo y prerreflexivo, darle forma a nuestro sentido práctico: un habitus de subordinación permitiría que aceptemos con normalidad ciertos modelos de autoridad y de subordinación o ciertas reglas y patrones de conducta fuertemente afincados en el imaginario socialp. En este sentido, la conformación de un imaginario social concebido a la manera de los grupos dominantes propiciaría  un habitus que garantice condiciones de conformismo social y que no ponga en peligro su monopolio del poder y de la economía. En pocas palabras, estaríamos al frente de  normas y patrones socioculturales interiorizados, producto de una  organización social que no ofrece espacio a la autonomía del individuo y que no considera a las personas como fines en sí mismos, sino como medios.

   Respecto a este enfoque, podría argumentarse que está excesivamente cargado de tintas el argumento respecto a la potencial “perniciosidad” de nuestras sociedades de consumo, puesto que debe reconocerse que  las mismas  también han traído consigo el bienestar y el mejoramiento de la calidad de vida de las personas. Sobre el particular, muy bien sabemos que aún es un debate muy encendido, sin visos de culminación temprana. Bástenos a nosotros decir que el decimonónico triunfo del estado de bienestar de Bismarck no ha podido contener efectivamente las inequidades estructurales  ni las “patologías” propias ,sobre todo, de nuestras sociedades tercermundistas, golpeadas por la corrupción, el desempleo, la marginalidad y el clientelismo político,  lo cual sugiere seguir ampliando nuestra reflexiones.

-Simbiosis carácter-universos simbólicos:

 Por razones puramente analíticas, y para acentuar determinadas especificidades que no deberían dejarse pasar por alto, hemos aventurado la clasificación previa; no obstante, lo más común es que los dos tipos de coacción se presenten combinados. Y aún más, debemos agregar que, en sentido estricto, es imposible que no  se entrecrucen ni se intercepten: si bien es cierto el contexto sociocultural es el marco fundamental del individuo, no menos cierto es  que el contexto sociocultural es hecho posible en virtud de la interacción de los individuos, cada uno de los cuales tiene su propio sistema de pensamiento, ideales y formas de entender el medio que le rodea[10]. En un esfuerzo por trascender el mero plano subjetivo del individuo,  Ricoeur apuesta por una superación, en el marco estatal,  de lo que él llama “el momento solipsista de la libertad”[11].
   Si bien Ricoeur no abunda mucho en el trazado de lo que podría ser una probable articulación integral del momento “solipsista” en el enmarañado terreno de las relaciones sociopolíticas, constituye un gran mérito su llamado de atención respecto a la necesidad de superar el estado embrionario del individuo**. No cabe duda de que en un mundo tan dependiente de relaciones sociales, afincarse en un individualismo a ultranza  conllevaría depositar nuestra fe en una quimera.
Con todo, la aseveración previa no obsta reconocer el valor que plantea fijar nuestra atención en este primer estadio subjetivo. Concibiendo a este como un momento preliminar que potencie en el individuo su capacidad de ser libre interiormente, para así posibilitar una interacción social dominada por el espíritu de libertad y reflexión. Sin lugar a dudas, el primer compromiso es  individual, pero los canales para direccionar tales ideales sólo pueden ser fraguados desde estructuras simbólicas vinculadas a la socialización. Aquí una educación para la libertad y ejercida en un marco de libertad parece ser la vía más plausible en dirección  hacia tal ideal. El punto central ya no consistiría en brindar información, sino en formar individuos para que piensen por sí mismos  y para que puedan apropiarse de esa información con inteligencia.

§  Condiciones sociopolíticas, culturales y jurídicas de la libertad en el mundo contemporáneo:

   Ante un panorama tan complicado como el previamente esbozado, emergen interrogantes muy concretas respecto la libertad en el mundo contemporáneo: ¿Cómo concebir instituciones que garanticen la libertad en sus más múltiples sentidos?, ¿qué condiciones se precisan para impulsar su desarrollo?, ¿cuáles son los límites de la misma?, ¿cuáles son las probabilidades de logro?

  Una y mil preguntas de esta índole emergen cuando planteamos la idea de libertad e, igualmente, muchos ensayos de respuesta podrían esbozarse. Por nuestra parte, procuraremos hacer algunas consideraciones generales, siempre teniendo muy presente   en  nuestro análisis  que los viejos sueños de respuestas cerradas y definitivas se esfumaron del terreno académico (y político también) y que es precisamente esa consciencia la que debe impulsarnos a renovar siempre nuestras reflexiones, de cara a los  desafíos que nos presenten  las circunstanciasg; de allí que un  punto a considerar, de fundamental importancia, a los efectos de no perder perspectiva de contextos, como muchos acostumbran,  es que si bien todas las sociedades, sin distinción de origen étnico, cultural, religioso, etc. coinciden en apreciar  la libertad como un valor fundamental, no todas las sociedades “vivencian” ni expresan el sistema de libertades del mismo modo. Así, por ejemplo, las sociedades industrialmente avanzadas se encuentran con desafíos libertarios más próximos a los efectos no deseados que ha traído consigo el bienestar, con la constante interrogante ¿qué hacer con mi libertad?, de corte más psicológico (con lo que no quiero decir, en modo alguno, que no se presenten, eventualmente, dilemas en otras esferas de la libertad, llámese libertad de expresión,  ideológica o de cualquier otro tipo); en tanto, en nuestros países “en vías de desarrollo”, es patente una  carestía en materia libertaria aún más aguda, que va desde dimensiones de orden económico, político hasta cultural (e incluso en  estos hay  prioridades y condiciones particulares muy propias que hacen muy difícil las generalizaciones: no es lo mismo hablar de un déficit libertario en Panamá que en Irán, por ejemplo). En estas vastas regiones del orbe trazarse interrogantes más refinadas acerca de las angustias y ansiedades que traen consigo qué  hacer con la libertad parece ser un lujo que muy pocos de sus ciudadanos(as) pueden darse[12].
  Definitivamente, la naturaleza misma de este trabajo no nos permite  abundar en detalles en torno a los casos particulares; sin embargo, considero de fundamental interés siempre tener en cuenta el aspecto circunstanciald al momento de hacer uso de categorías tan amplias y rica de sentido como la que nos ocupa; de allí que no estuviera nada desencaminado Berlin cuando, muy atinadamente, alude a la famosa expresión: “La libertad de un profesor de Oxford es una cosa muy diferente de la libertad de un  campesino egipcio” (op.cit.,p. 139). En  tal sentido, plantearnos la libertad en cualquier horizonte geográfico debería, por lo menos, sugerirnos cuestionamientos preliminares tales como: ¿Cuáles son los sentidos básicos de “libertad” que imperan en tal contexto?, ¿cuáles son las circunstancias jurídico-políticas, étnicas, religiosas e ideológicas  que la sustentan?, ¿qué pertinencia social poseen en su cultura?, ¿cuál es el alcance de sus ideales o realizaciones?”.
  Hecha esta acotación, estamos preparados para indicar una serie de  tópicos libertarios con una amplia cubertura geográfica en el mundo de hoy:

-  Dimensión Político-Jurídica:

La ventaja del Derecho es que ofrecería un marco jurídico compulsorio que permitiría hacer respetar libertades, que de otro modo no se harían. Mill, para limitar la autoridad de los dirigentes, apuesta: primero, por el reconocimiento de ciertas inmunidades llamadas  libertades políticas y, además, por lo que  él denomina “constitutional checks”[13]
  Definitivamente, en sociedades con la complejidad como la de las  nuestras, se hace  preciso atender a un sistema jurídico que garantice el sistema de libertades. Con todo, la pretensión de que el debate sobre la libertad halla su consumación en el Derecho, al margen de otros condicionantes sociales es un verdadero sin sentido: hasta los regímenes más autocráticos han pretendido contar con un sistema jurídico intachable que garantiza la plena libertad de sus ciudadanos. En el tema jurídico, deberían asegurarse, al menos, dos cosas: la efectividad de la norma en el orden práctico y, por otro lado, procurar la suficiente sintonía con otras instituciones de la sociedad, sobre todo con las llamadas normas no formales, preservadas por la costumbre. Así, por poner un caso, el respeto a las normas de convivencia no siempre encuentra su fuente en el Derecho o en sus normas jurídicasq. Todo esto dejando el peliagudo debate acerca de quién legitima, en el plano de la sociedad civil, las normas del Derecho.

- ¿Individuo o Colectividad?:

 Otro tema que no pierde vigencia es el de las libertades individuales: la libertad del individuo frente a la de la colectividad. El punto en cuestión sería, ¿cómo concebir una sociedad lo suficientemente justa que respete no sólo la libertad de la comunidad, sino también la del individuo? ¿Hasta qué punto se puede sacrificar la  libertad del individuo en nombre del número?, ¿cómo delimitar el espacio individual del social? Esta serie de cuestionamientos podrían llevarnos muy lejos. Como bien debemos de saber, desde los tiempos más remotos, incluso en las sociedades más ilustradas, los individuos con ideas peregrinas han sido vistos con un cierto dejo de recelo y la mejor prueba de esto es el ostracismo que solían practicar los griegos. 
   En la introducción al ensayo ya citado, Mill sostenía que la única justificación para que la humanidad (sociedad)  pudiera interferir en la libertad de acción de algunos de sus miembros sería la “auto-protección”. Grosso modo, esta salida parece bastante razonable; sin embargo, vista con cierto detalle, nos conduce a otra dificultad semántica: ¿qué sentido le otorgamos al término “auto-protección”? Para nadie es un secreto que muchos gobiernos se han valido miles de veces de  las famosas “razones de seguridad”  para cometer toda clase de atropellos y violaciones de los Derechos Humanos de las personas. La cuestión no es tanto cuestionar el argumento, sino fijar con mucho cuidado cuáles serían los criterios y las condiciones precisas que legitimarían su invocación.
   En el marco de esta reflexión, un asunto que no pierde vigencia en la arena del debate es el de la libertad de expresión y la libertad de prensa; en fin, la libertad de pensamiento. Naturalmente que estamos lejos de aquellos tiempos que forzaron la redacción de la Areopagítica a Milton ; sin embargo, las estructuras políticas, económicas y criminales del mundo contemporáneo parecieran requerir más que un famoso Discurso para ponerle rienda a su encarnizada virulencia contra aquellos que se atrevan a denunciar  y criticar públicamente sus atropellos. Quizás el ejemplo más despiadado de esto sea la gran cantidad de periodistas que han sido asesinados o desaparecidos, en diversas partes del mundo, por afectar los intereses de los poderosos con sus cuestionamientos; todo esto sin entrar en los detalles de las famosas leyes mordazas. En esta materia, lo que se presenta como la el reto más destacado es lograr un sistema legal que pueda combinar eficazmente las  garantías de  la libertad de expresión con mecanismos que de control  que aseguren el respeto a la integridad y dignidad de terceros, de no verse afectados por acusaciones infundadas.
                                  
 -  El acalorado debate del pluralismo:

   Otro viejo debate sin visos de resolución es el del pluralismo y el  de las minorías: ¿cómo concebir una sociedad lo suficientemente abierta que respete las libertades de las mayorías sin vulnerar las de las minorías?, ¿cómo idear una sociedad lo suficientemente múltiple y plural que no degenere libertinaje? Fiel a mi convicción, no considero que haya respuestas absolutas; sin  embargo, las reflexiones de la filósofa española Adela Cortina, con su “ética de mínimos” pareciera ser un punto de referencia al momento de trazarnos una hoja de ruta[14]. Con un horizonte filosófico de tolerancia y de convivencia como el que traza Cortina, se precisaría entonces de los mecanismos legales e institucionales concretos para implementar tales principios que, sean los que sean, deberían tener como resortes básicos tanto el consenso como el respeto a la dignidad de las personas
  Quizás por lo tortuoso que ha sido nuestro camino hacia la conquista de la libertad, no nos hemos tomado el tiempo suficiente para reconocer el valor de las diferencias en una sociedad que dista muchísimo de ser homogénea. ¿Qué espacio podría haber para la libre voluntad en un contexto donde todos estuviéramos “diseñados” bajo un mismo patrón?, ¿qué valor tendría entonces hablar de libertad?, ¿libertad respecto a qué, siendo que todos estuviésemos “pre-determinados”?


-Liberalismo o Socialismo:
 
      El gran temor de los enfoques de corte liberal siempre ha sido el de que  cualquier régimen socialista o colectivista pudiese destruir la libertad personal en nombre de una concepción de vida buena totalitaria; con todo, pareciera ser un hecho irrefutable que la   libertad de cada individuo está limitada siempre por la libertad de los otros.
   Este debate es otra de esas herencias del decimonono que no pareciera dejar de destilar suficiente tinta sobre las bondades de su respectiva causa.  Los detalles, ciertamente, ameritan un profundo examen, pero lo que sí parece cierto es ambas propuestas fracasaron en sus pronósticos políticos: el primero en su ideal de individuos libres y autónomos y el segundo, en su anhelo de una sociedad justa. A todo esto, hay que reconocer que ambos enfoques, sobre todo en sus versiones renovadas, tienen mucho que ofrecer al momento de enriquecer un debate: la misma dinámica social dicta que las fuerzas portentosas del mercado, con sus arrolladores efectos no deseados, no pueden dejarse a la libre; del mismo modo que resiste la realización del reino del socialismo en esta Tierra. No se vislumbran aquí fórmulas mágicas: lo que se deja ver es la necesidad de articular políticas que no sólo contemplen la formulación de garantías libertarias formales, sino que también consideren las condiciones económico-materiales de su realización para el mayor número.
De igual modo, es patente que la educación j debe jugar un papel fundamental al momento de promover individuos críticos y reflexivos que sepan cuestionar inteligentemente cualesquiera de las formas de opresión y manipulación que puedan asumir los sectores de poder de la sociedad actual, llámense capitalistas, terroristas, comunistas o como quieran

   - Libertad como condicionamiento:

   Quizás  una de las falacias más sugestivas de nuestro tiempo sea la de suponer que la libertad constituye un valor absoluto que halla su plenitud en sí misma. Lo que los hechos indican es que una libertad en sentido absoluto no podría nunca ser libertad. Preguntaríamos ¿libertad respecto a qué? Es muy probable que cuando la gente hable de libertad en términos absolutistas no quiera decir que la misma sea incondicionada, sino que la libertad no debe estar determinada por fuerzas exógenas: ¿cómo puedo decir que soy “libre” de escoger mis amistades si mis padres los eligen sin siquiera escuchar mi parecer? Ahora bien, también podría interrogarme ¿cómo puedo pretender que soy “libre” si no me es permitido hacer lo que me plazca? Aunque similares, ambos cuestionamientos poseen acentos muy distintos: no es lo mismo decir que alguien determina o imponga tu acción a indicar que tus actos estén libre de todo límite o condicionamiento. Si cada cual asume su libertad como incondicionada, ¿cómo se garantizará la libertad de los otros? Además, las libertades no se ejercen en el vacío, sino que siempre se dan en circunstancias y contextos específicos. Así, pues, la conexión libertad-responsabilidad, muchas veces descuida en exceso por los epígonos de la libertad, pone su acento en la elevada cuota de limitación que debe poseer cualquier acto libertario, en franco rechazo  a la ingenua aspiración a una libertad absoluta, sólo existente  como constructo o elaboración conceptual.
   Haciendo un esfuerzo esquemático, podemos decir que  el condicionamiento de la  libertad podría expresarse en dos terrenos fundamentales: 
-Plano Individual: Libertad como auto-responsabilidad. Evocando el famoso eslogan sarteano: “el hombre está condenado a ser libre” o bien expresándola como “autolegislación” moral, con  una terminología más kantiana. Es decir, el individuo no puede pretender ser libre sin asumir simultáneamente la responsabilidad que conlleva ser libre: la responsabilidad de ser uno mismo y de asumir las consecuencias de sus actos.

 -Plano Contextual: Toda vez que no somos seres aislados, sino que también interactuamos continuamente con un medio natural y social que nos ha permitido alcanzar los infinitos progresos con que hoy contamos, es indudable que debemos tomar muy en consideración  el contexto que nos permite ( o nos impide) ser lo que somos. En tal sentido, podríamos referirnos a: una  responsabilidad natural  y a una responsabilidad civil:   
 Hoy por hoy, la responsabilidad natural se perfila como la más imperiosa, puesto que el tema ambiental nos impone desafíos de tal envergadura que podrían repercutir incluso en la continuidad de la vida en el planeta tierra. ¿Qué importancia podrían tener los impresionantes adelantos científico-técnicos de la Humanidad si se nos agota el espacio natural en cual podemos disfrutarlos?j
 La  responsabilidad civil[15] concierne a nuestro compromiso  para  con nuestros semejantes en un contexto de participación social. El ideal de este compromiso es que esté orientado al progreso y bienestar  general[16]. El detalle que emerge aquí es lo difícil que es establecer cuál es el bienestar general, puesto que la sociedad está constituida de individuos con diversidad de caracteres, concepciones de vida buena, e ideales. Las nefastas experiencias de los totalitarismos del siglo XX, teñidos de sangre inocente, deberían precavernos de suponer concepciones de vida buena monolíticas e infalibles. El único modo de superar tales esquemas consiste en favorecer escenarios de diálogo intercultural que fortalezcan nuestras habilidades comunicativas y nuestra capacidad de tolerancia y de respeto a las diferencias

Palabras Finales
  Hemos hecho un apretado recorrido por los diversos sentidos de libertad, procurando siempre señalar su anclaje contextual y la dificultad de lograr un significado unívoco. Del mismo modo se ha hecho patente tanto su dimensión subjetiva como social en el marco de las sociedades contemporáneas. Ahora bien, independientemente de las múltiples formas en que pudiese asumirse o expresarse  la libertad en las diversas culturas, pareciera haber una coincidencia de todas en considerar la misma como un baluarte digno de ser preservado. Aún más nos atreveríamos a decir, valiéndonos de la jerga Elias, la libertad trasluce un “principio civilizatorio” que otorga sustancia a nuestro carácter de seres racionales y sociales. La gran dificultad consistiría en cómo concebir escenarios apropiados, que garanticen condiciones mínimas de realización del espíritu libertario frente a los atropellos del autoritarismo o de la sujeción autoculpable. Como hemos reiterado una y otra vez, no parece haber fórmulas mágicas, ni salidas definitivas, pero lo único que queda claro es que cualquier iniciativa en esta línea debe estar mediada por el diálogo intercultural y el respeto a las diferencias. Este diálogo, obviamente, no sólo deberá ser planteado en función de la libertad, sino también tomando como referencia otros principios y necesidades  propias del  ser humano, que sólo podrían  ser apreciados en un espíritu de autonomía. Será nuestra responsabilidad, que no puede ser solo individual, trazar un horizonte ideológico[17] que nos permita hacer uso de esa libertad, de cualquier tipo que sea, sin caer en dogmatismos ni autoritarismos. Sobre este punto, vale la pena señalar que quizás la raíz  del error de muchas ideologías haya sido partir de la premisa de que son El camino, desconociendo  que no hay Un camino, sino Los caminos. Ahora bien, ¿cómo articular un marco común que nos permita seguir nuestros caminos sin despreciar o atentar contra los otros caminos? Perderse en la mera búsqueda de la felicidad personal, sería caer en el individualismo; ir tras las huellas de la anarquía pareciera someternos a los grilletes del libertinaje. ¿Qué nos queda? Luchar por el fortalecimiento de las instituciones sociales que nos permitan seguir incrementando un espíritu de libertad en un clima de libertad , que no siempre coinciden, para así, tal vez, algún día, poder amortiguar el estrepitoso eco de aquella famosa frase de Madame Roland: “¡Libertad, cuántos crímenes se ha perpetrado en tu nombre!




  





[1] A lo largo del pensamiento occidental, el término “práctico” ha revestido innumerables sentidos, desde Aristóteles, Marx, Gramsci, el Pragmatismo hasta la Praxeología, etc. Para nosotros sólo significa el nivel de aplicación de las ideas en contextos concretos de la realidad social.
d Una prueba de la plasticidad del concepto son los títulos mismos de las obras de nuestros autores: en tanto Hayek titula su obra maestra “Camino de servidumbre” para arremeter contra los totalitarismos, principalmente la ideología marxistas, y  alabar las virtudes del Capitalismo, Dussel apuesta por una “Ética de la liberación” que nos libere de aquello que tanto elogia Hayek  y todo en nombre de la “libertad”!  Ciertamente, muy pocos han tenido el cinismo de decir, con Mussolini: “El cuerpo de la  libertad está muerto y su cadáver siempre está en descomposición”
[2] Para un agudo análisis del concepto “Occidente”, vale la pena consultar Heller, Ágnes y F. Fehler (1985)- Anatomía de la Izquierda Occidental, España, Ediciones Península, Cap. I.
[3] Con esto, no es mi intención subestimar la “Libertad” como un horizonte ideal que debería servir de referente a las diversas culturas. Mi crítica más se dirige  a asumir la “Libertad”  como un objetivo último, rayano en un  mesianismo que busca instaurar una “Edad de Oro” en la tierra.  Para una aguda crítica de este punto, sobre todo tomando el caso marxista, considérese  Heller, Ágnes (1984)- Crítica de la Ilustración, España, Ediciones Península, Cap. XII.
f “Esencialista” en el sentido de que parte que hay una esencia fija y definitiva de la libertad, al margen de los contextos socio-históricos, que sólo hay que aprehender sin más. Para una revisión del carácter “artificial”  y contingente de la libertad vs el enfoque esencialista, desde la antigüedad griega, cfr. Arendt, H. (1965)- Sobre la revolución, España, Alianza Editorial, S.A., pp. 31-32.  Sutilmente, apunta, para indicar el carácter “artificial”, no esencialista, del concepto: “La diferencia entre este concepto antiguo de igualdad y nuestra idea de que los hombres han nacido o han sido creados iguales y que la desigualdad es consecuencia de las instituciones sociales  políticas, o sea de instituciones de origen humano, apenas necesita ser subrayada” (Op. cit. , p.31, las negrillas son nuestras)
* Tengamos presente que falta de “coacción”  o “interferencia” no significa falta de “influencia”, puesto que somos seres sociales, en constante interacción con el medio que nos rodea: ciertos eventos o circunstancias podrían “influenciar” nuestra libertad, sin necesariamente “coaccionarnos”  u obligarnos en contra de nuestra voluntad.
[4] Laski, Harold (1945)- La libertad en el Estado moderno, Argentina, Editorial Abril, pp. 18-19. Un planteamiento análogo hace Berlin en “Dos conceptos de libertad”, en  Berlin, Isaiah (1974)- Libertad y necesidad en la historia,  pp. 137. cuando observa: “La mera incapacidad de conseguir un fin no es falta de libertad política. Esto se ha hecho ver por el uso de expresiones modernas, tales como “libertad económica” y su contrapartida “opresión económica”.
[5] Aron, Raymond (1970 ) -“¿Cómo ha de ser la libertad, liberal o libertaria?, en  M´Baye, K.; P. Ricoeur, et. al. ( 1970) Libertad y Orden Social, España, Guadiana de Publicaciones, p. 111.
[6] Para la revisión de la temática desde una perspectiva económica centrada en el desarrollo humano,  sería valioso consultar, entre otros valiosos textos, a : Sen, A. (1999), Desarrollo y libertad,  España, Editorial Planeta  y a  Marchesi, J. , J. Sotelo (2002)- Ética, crecimiento económico y desarrollo humano, España, Editorial Trotta.
[7] Fromm, Erich (1959 )-El miedo a la libertad, Argentina, Paidós, pp. 18. En términos aún más severos, el mismo Fromm advertirá: “El destino del hombre se transforma en el de contribuir al crecimiento económico, a la acumulación del capital, no ya para lograr la propia felicidad o salvación, sino como un fin último. El hombre se convierte en un engranaje de la vasta máquina económica- un engranaje importante si posee mucho capital, uno insignificante si carece de él, pero en todos  los casos continúa siendo un engranaje destinado a servir propósitos que le son exteriores” (Op. cit., p. 144).
q Estoy convencido de que en este punto lo más sensato no es enmarañarnos en el sopeteado  debate entre el individualismo y el holismo social, sino tener presente siempre que  para comprender mejor la sociedad es fundamental tener a la vista los individuos que la constituyen y viceversa.
[8] Respecto al gran poder de la publicidad y la propaganda sobre nuestras vidas, un clásico difícilmente superable es la obra “Las formas ocultas de la propaganda”, de  Vance Packard. Para un examen más reciente, en el caso específico de las televisión, sería de particular valor  revisar los sutiles análisis de  Camps y Manzano Espinosa: Camps, Vicoria- Las tiranías de la televisión www.infoamerica.org/TENDENCIAS/tendencias/tendencias06/pdfs/20.pdf  (consulta:10 de agosto de 2008)  -  Manzano Espinosa , Cristina- Convivencia de la imagen creada y la imagen recreada, en el medio televisivo.  www.infoamerica.org/TENDENCIAS/tendencias/tendencias06/pdfs/20.pdf  (consulta:10 de agosto de 2008)

* Tanto el concepto de enajenación  como el de alienación son expresiones con una complicada evolución  intelectual. Por la naturaleza ensayística de este trabajo, carecemos de espacio para explorar  los diversos matices semánticos de los mismos, ya sea en latín, alemán u otras lenguas. Nos basta señalar  que entendemos por enajenación aquella situación en que los seres humanos no tienen suficiente conciencia de todo el alcance de su acción, lo cual favorece su sometimiento a influencias fuera del control de su juicio crítico; lo cual permite  que se emerjan entornos domesticadores en los cuales los individuos tienden a la pasividad frente a los atropellos de una sociedad explotadora.

[9] Bordieu,Pierre (1988)- Cosas dichas, España, Gedisa, p. 83 . En torno  al sentido práctico implícito al habitus, dirá: “En la mayor parte de las conductas ordinarias, somos guiados por esquemas prácticos, es decir por “principios que imponen el orden a la acción” (principium importans ordinem ad actum, como decía la escolástica), por esquemas informacionales” (Op. cit.., p. 85).
p La noción de “imaginarios sociales”  contribuye a descartar  la idea del carácter meramente racional, herencia iluminista, de nuestras concepciones del mundo y, por otra parte, a tener presente la historicidad  de nuestros sistemas simbólicos, que son dinámicos y contingentes, susceptibles a la transformación creativa continua y no modelos cerrados y autosuficientes en sí mismo. En pocas palabras, “construcciones” culturales abiertas  a la esperanza de reacoplamientos que respondan a las exigencias de los tiempos.
[10] Quizás el esfuerzo empírico más ambicioso para dar cuenta de esta estrecha interacción entre los valores de los individuos y las instituciones socioculturales y económicas sea el proyecto impulsado desde 1981 llamado World Values Survey; para mayor información, cfr.  http://www.worldvaluessurvey.org.  No menos valiosos son los Informes Mundiales sobre la Cultura, patrocinados por la UNESCO.
[11] Ricoeur, Paul (1970)- “La filosofía y la política ante la cuestión de la libertad” en  M´Baye, K.; P. Ricoeur, et. al. ( 1970) Libertad y Orden Social, España, Guadiana de Publicaciones, p. 66.

** Curiosamente, corrientes tan desemejantes como las del liberalismo clásico y los idealismos de corte kantiano, coinciden en hacer un particular énfasis en el individuo como núcleo de la libertad
g No en vano se ha  hecho un lugar común en la literatura libertaria la expresión que reza, más o menos, que: “el precio de la libertad es la perpetua vigilancia”, que, desde mi óptica, encuentra su sustento más vigoroso en el espíritu  crítico-reflexivo  de las sociedades y, por  extensión, en el de los individuos que las constituyen.
[12] Respecto a este punto, son bastante ilustrativos los estudios  empíricos que se han hecho sobre los  valores prioritarios en las diversas sociedades humanas: En tanto las sociedades más pobres tendemos a dar prioridad a valores conectados a la seguridad física y material; las sociedades “avanzadas”  otorgarían  más espacio al bienestar subjetivo, la autoexpresión y la calidad de vida. Para ampliar sobre la temática,  Cfr. Inglehart, R. y W.Baker (2000)- “Modernization, cultural change, and the persistence of traditional values”, en American Sociological Review, Febr.,2000; 65
d Esto, en modo alguno pone en duda que se pueda plantear la libertad en términos generales; simplemente llama la atención sobre el hecho de que, en el plano operativo o de intervención política la libertad no sólo debe abastecerse de la savia que le otorga el plano teórico, sino también de las más sutiles señales que le indique el medio o contexto, a menos que nos arriesguemos a perdernos en una abstraccionismo puro, totalmente desvinculado de la realidad.
[13] Mill, J.S.(1960)-Utilitarianism, Liberty, Representative Government, J.M. Dent & Sons LTD, p. 65. Mill en su famoso ensayo Sobre la Libertad presta mucha atención a la dimensión jurídica, como muchos teóricos los han hecho; no obstante, es importante tener presente que el Derecho no da cuenta plena del problema libertario si no toma en consideración otros aspectos de la sociedad.
q Pareciera ser  que el viejo ideal de Cicerón que para ser libres, debemos ser esclavos de la ley, no basta para poner coto a nuestras ambiciones.
[14] Cortina, Adela (2000)- Ética Mínima,  España, Editorial Tecnos. En otro texto, Cortina resume muy bien su ideal de ética mínima, traducida  en  moral civil, cuando sostiene: “La moral cívica consiste, pues, en unos mínimos compartidos entre ciudadanos que tienen distintas concepciones del hombre, distintos ideales de vida humana; mínimos que les llevan a considerar como fecunda su convivencia” (Cortina, Adela (2000)- El mundo de los valores, Colombia, Editorial el Búho Ltda, p.  121)
j En un sentido amplio; no sólo circunscrita al ámbito de las instituciones de instrucción pública, sino también los diversos recursos mediáticos que la sociedad contemporánea nos ofrece: desde los periódicos y la televisión hasta el internet. Quizás lo que mejor se aproxime a nuestra idea sea la de una educación concebida como punta de lanza del capital social.
j Pese a las críticas que pudiera hacérsele al pesimismo de Jonas, su obra es una fuente muy provechosa para  reflexionar sobre esta temática. Cfr. Jonas, Hans(1995)- El Principio de Responsabilidad, Ed. Herder, Barcelona.
[15] En lo relativo a la idea de “responsabilidad”  en el plano ético-político, quizás una de las reflexiones más sustanciosas fue la de Weber, con su conferencia  La política como vocación: Weber plantea  que cualquier acción política orientada éticamente puede ajustarse bien a una ética de la convicción o una de la responsabilidad. La primera se centraría en  máximas deontólogicas cerradas; en tanto que la segunda propone tener más en cuenta las circunstancias concretas, la consecuencias de la propia acción y los desafíos que podría traer consigo un futuro dinámico, cuyo curso  no puede augurarse sobre la mera base de una máxima moral rayana en el dogma: ¿cómo podría llamarme libre y, por tanto responsable, si mi curso de acción ya esta pre-establecido? ( Puede consultarse la conferencia en: Weber, M. (2001)- El político y el científico, México, Colofón)
       
[16] Por su parte, desarrollo de la noción “libertad civil” encuentra antecedentes en los escritores como Blackstone, Locke, Paley, Berlamaqui, vinculada  a concepciones metafísicas de libertad natural, que no nos interesa discutir aquí.
[17] El término ideología, a lo largo de su desarrollo, ha estado cargado de los más dispares significados, desde el sentido señalado por Dettust de Tracy hasta su bien conocida  acepción  peyorativa,  relacionada a los planteamientos de La ideología alemana. Para los efectos de nuestro trabajo, entendemos la ideología como un sistema simbólico que aspira a dar cuenta de los fenómenos sociales, pero que nunca capta plenamente  su complejidad. En tal sentido, las  ideologías  sólo serían aproximaciones, cuyo  rigor lógico-epistemológico en relación con los fenómenos sería un criterio plausible de evaluación. Sería, por otra parte, una tarea más peligrosa, aventurarnos en una carrera por establecer los linderos entre ideologías falsas y verdaderas. Para una análisis de  los principales sentidos de ideología, cfr.   Williams, Raymond (1985) - Keywords: A Vocabulary of Culture and Society, New York: Oxford University Press, pp. 153-157)


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