En materia tan complicada, una
persona mínimamente avisada tendría su primer escollo al plantearse
interrogantes tales como: ¿de qué manera
empezar? , ¿cuál sería el ángulo
perfecto?, ¿cuál el enfoque más completo? Frente a un panorama como este,
nuestro plan es bastante modesto, sin dejar de ser riguroso: abrevando en las
más múltiples fuentes, procuraremos
trazar un sentido de libertad lo más cónsono a nuestra presente realidad geopolítica global. Una vez
provistos de un concepto guía, estaremos
preparados para reflexionar en torno a la situación de la “libertad” en
el mundo contemporáneo y delinear una
serie de planteamientos que pudiesen servirnos para inquirir con más cuidado en
los tortuosos vericuetos de la “libertad” entendida en un contexto práctico[1].
§ Precisiones Conceptuales y Consideraciones
Preliminares:
De todos los conceptos
concebidos por el pensamiento, quizás ninguno haya suscitado sentimientos e
ideas más afines y antagónicas a la vez como lo ha hecho el de “libertad”. Por muy opresor que haya sido, no ha habido
movimiento ideológico alguno, llámese político, religioso, artístico, etc.,
que, de algún modo u otro, no la haya asumido como aliada incondicional de su
causa, asunción esta bastante asequible tal
vez, debido al carácter escurridizo y maleable de su significado y de sus
consiguientes implicaciones prácticas:
de allí que no sea extraño que la libertad fuera tomada con similar ímpetu tanto
por Marx y Dussel como por von Mises y Hayek
para defender causas tan contrapuestasd.
De hecho, delimitar una noción
básica de libertad constituye una tarea sumamente complicada, puestos que ha
emergido, con las más diversas connotaciones en múltiples contextos
socioculturales (y con distinto acento en el mismo contexto sociocultural, en
circunstancias históricas desiguales) , no sólo como reflexión propia de
nuestra tradición occidental[2], sino
en el corazón mismo de las antiquísimas cosmovisiones orientales, como lo son
la judía, la hindú, la china, la budista, etc. (en estos últimos casos, sobre
todo, desde un enfoque marcadamente espiritualista e introspectivo). Frente a
un panorama como este, ¿qué nos induce a pensar que la única acepción
“correcta” sería aquella construida a
partir de nuestro horizonte axiológico?,
¿acaso el triunfo científico-técnico e
intelectual heredado del la creatividad de Occidente? Un análisis riguroso los
hechos no pareciera permitirnos una respuesta categóricamente afirmativa a este
último cuestionamiento, toda vez que los mismos pensadores occidentales han
denunciado, desde los más disímiles frentes, la dificultad de fraguar
instituciones “libres” en escenarios a la vanguardia en materia de desarrollo científico-tecnológico.
Ahora bien, a todo esto se nos
impone una interrogante aún más aguda, ¿cómo concebir una noción de libertad
que nos ayude a comprender mejor la idea de sociedades multiculturales
altamente sofisticadas como las que nos toca vivir hoy en día? Como bien
dijéramos al inicio de este texto, desde
los más remotos tiempos, se han arrojado
los más variados conceptos de libertad, de allí que sea una insensatez
pretender, de buenas a primeras, esbozar un concepto acabado y exhaustivo de
esta idea. Así, para efectos de nuestra
reflexión, ensayaremos un concepto general libertad abierto al incremento semántico,
contemplando los ajustes necesarios, dependiendo del objeto de reflexión que
tengamos presente.
Sin embargo, nuestro ejercicio
no sería provechoso si, previamente, no nos detenemos a descartar ciertos ideas
recibidas acerca de la “libertad”, que más que arrojar luces, lo que hacen es
enturbiar la reflexión sobre el
particular: Una de esos primeros “fantasmas” es partir de la premisa de que la
“libertad” es un “algo” absoluto de lo que se puede hablar en puro abstracto,
sin atender al entorno socio-histórico, ni a las circunstancias contextuales de
una determinada cultura.
En este punto, el primer
desvarío consiste en concebir la libertad como una hipóstasis, conducente a un abstraccionismo
simplista que plantea una “liberación”
absoluta de la Humanidad[3].
Sin lugar a dudas, un planteamiento de
la “libertad” en estos términos no nos conduciría más que a una desatención de
las complejas relaciones socioeconómicas y políticas concretas por ir tras de una fetichización de la
“libertad” más sugestiva y grandilocuente, pero menos cimentada en las
posibilidades fácticas.
No menos peligrosa es aquella
quimérica tesis de una “libertad”
indeterminada o sin limitaciones. Este enfoque, desde el punto de vista
estrictamente filosófico, es, simplemente, un disparate: en un mundo humano,
intrínsecamente relativo y contingente, ¿cómo podríamos concebir, de manera
consistente, una libertad sin correlación de ninguna índole? ; y, desde el
enfoque, sociopolítico y económico, ¿cómo podríamos cimentar una sociedad
ordenada y eficiente sin un concepto de autoridad y prescripción que vaya
paralelo al de las “libertades”?
Con base en estos
planteamientos, me inclino más por un concepto correlacional o “débil” de
libertad, puesto que un análisis abstraccionsista o esencialistaf parece
alejarnos excesivamente de nuestros escenarios “reales” o concretos. Asumir
esta línea reflexiva, nos permitirá entender que no existe “una” libertad omnicomprensiva, sino que la
libertad puede revestir múltiples formas; la idea de libertad puede asumir
gradaciones y estadios que ponen en tela de duda la alusión a extremos tipo
“libertad total” o “sujeción total”, que con dificultad se dan en estado puro
en algún escenario social.
Así, entenderemos por libertad la ausencia de coacción sobre los actos
voluntarios de los individuos de una sociedad determinada y, por
extensión, de las instituciones específicas que configuran el ámbito cultural de tales individuos. Para poder
ahondar en nuestro análisis,
estipularemos dos tipos básicos de
libertad: libertad física y libertad
subjetiva. Llamaremos libertad física a aquella facultad de la voluntad de los
individuos de actuar sin ser coaccionados* por ningún tipo de fuerza material que constriña sus
cuerpos; en tanto que, libertad subjetiva
la entendemos como la capacidad del individuo para actuar sin ninguna interferencia que vulnere su
autonomía de pensamiento y juicio crítico.
Obviamente, esta es una
distinción artificial, puesto que la
multiplicidad de nuestras sociedades no
siempre es susceptible de ajustarse a esta clase de esquematizaciones; sin
embargo, me parece, para efectos expositivos, muy pertinente esta distinción,
puesto que en la retórica sobre la temática muchas veces se descuida atender a
la sutilezas que trazan los cotos entre nuestra autodeterminación corporal y aquella vinculada a nuestro universo
subjetivo. Por ejemplo, durante centurias, los teóricos han arremetido contra
la esclavitud, el despotismo, las
detenciones arbitrarias, etc. y contra violación de la libertad de pensamiento, de expresión, de
prensa, etc. considerando que este último grupo de libertades expresan la totalidad de las
reivindicaciones vinculadas a la libertad
subjetiva; sin embargo, los traumas socioculturales del mundo contemporáneo
son testimonio fehaciente de que aún queda
mucho por profundizar en la concepción este tipo de libertades, como veremos más
adelante.
§ § Sobre libertad física:
Como es sabido, la noción de de
derechos individuales y, con ello, la reivindicación de la libertad física, es
una conquista que apenas empieza a consolidarse en las postrimerías del Mundo Moderno
y a principios de la llamada Edad Contemporánea; de allí, pues, que el Mundo
Antiguo no concibiera la libertad física como un valor fundamental. Hoy en día,
a pesar de haber superado las discusiones en torno a la legitimidad de la
esclavitud y de la consagración de la libertad como un
principio básico de los Derechos Humanos, el “instinto” caníbal no parece
erradicarse de las mentes humanas: los totalitarismos políticos, camuflados
bajo el paraguas de esquemas ideológicos mesiánicos, los desplazamientos
comunitarios forzados y las sofisticadas mafias vinculadas al tráfico humano y
al secuestro ciernen su borrasca sobre
nuestras sociedades. De allí que sugerir que el tema de la libertad física sea
un punto superado constituye una visión muy limitada de nuestra realidad.
Con todo, en términos de
equilibrio sociopolítico, la cuestión
social parece ser uno de los temas acuciantes de la actualidad. Debemos
recordar que ya Constant, desde su célebre Discurso de 1819, planteó dos
modelos básicos de libertad: la libertad de los modernos, por oposición a la de los antiguos: la libertad de aquéllos sería la llamada “libertad
negativa”, que, concebida como reacción frente al absolutismo monárquico, propugnaba por la no interferencia e independencia para con los
individuos; en tanto que la de los antiguos centraría su énfasis en el derecho
a la participación colectiva y en la deliberación pública. Esta distinción, de
vieja data, nos evoca otra vieja discusión más tardía: el viejo ideal liberal,
centrado la libertad y seguridad económica del individuo frente al planteamiento de libertades
“positivas”, centradas en la posibilidad de realización, propuestas con
especial énfasis por el enfoque colectivista de los socialistas. En el marco de
esta reflexión, uno de los puntos más controvertidos es el de libertad y
condiciones materiales y económicas que faciliten el goce pleno de las mismas.
Si bien es cierto, como apuntaba muy atinadamente Laski, “seguridad económica”
no es equivalente a “libertad”[4], no
es menos cierto, como el mismo sostiene más adelante, que la seguridad económica “es una condición sin la cual la libertad
nunca sería efectiva”. De hecho, idear un
concepto de “opresión” o “libertad económica” (que no debería
confundirse con la “libertad económica” de la cual habla la corriente
neoliberal), sería una mera cuestión de clarificación semántica. Pero lo que sí
es un hecho indiscutible es que los factores de tipo material y económico
constituyen elementos básicos al momento de trazarnos un sentido de libertad
entendida en un sentido “positivo”, de realización y acción en
sociedades como las que hoy nos
toca vivir; motivo por el cual no es extraño que otro intelectual de gran
renombre como lo es Aron sostuviera:
“Para que el ciudadano sea efectivamente libre no le basta con hacer
cualquier
cosa que la ley prohíba a los otros, ni que el Estado se lo
permita
bajo amenaza de sanción; necesita aún
poseer los medios
materiales”[5]
Tales han sido los
desequilibrios que ha traído consigo la explosión del capitalismo, que hasta
los sectores más moderados han se han visto en la necesidad reconocer que el
mero “laissezferismo” no podría contener
las complicaciones que traería consigo
un modelo de desarrollo que no contemple la justicia social[6]. La
discusión en torno a cuáles serían las salidas ideológicas menos traumáticas podría extenderse ad infinitum, pero lo que no es
susceptible de cuestionamiento es que la seguridad económica y material debe
constituir un complemento necesario en
cualquier esfuerzo serio por plantear el tema de las libertades más allá del
solo formalismo jurídico, puesto que la supresión de restricciones legales no
garantiza, en modo alguno, libertades que vienen determinadas por las
condiciones económicas.
§ §
Sobre libertad subjetiva:
En sociedades tan pertrechadas de mecanismos y
estrategias de inducción ideológica como son las nuestras, no cabe duda de que
este es el tipo de libertades más sacudidas. Aguzando un poco más nuestra
capacidad abstractiva, podemos decir que se pueden detectar tres condiciones
básicas que afectarían a esta clase de libertad:
-Coacción subjetiva cimentada en el carácter personal
-Coacción subjetiva cimentada en la
intervención de universos simbólicos circundantes.
-Simbiosis
carácter-universos simbólico
-Coacción
subjetiva cimentada en el carácter personal:
A nadie se le
oculta que la “sociedad del bienestar”,
con sus imponentes avances científico-tecnológicos y las múltiples
facilidades que ha ofrecido a la
Humanidad, también ha traído consigo un sinnúmero de efectos
no deseados que amenazan con deshumanizar cada vez más a los individuos,
arrebatándoles su sentido existencial y la capacidad de apreciar las “pequeñas
alegrías de la vida”, como dijera el famoso Hermann Hesse. La valoración de este tipo de libertad cuenta con una tradición milenaria,
que va desde las concepciones orientales de
“libertad” como un producto de la interioridad espiritual hasta las
reflexiones filosóficas de Sócrates y Kant, junto con enfoques más políticos,
pero no menos sutiles, como los de
Burke, cuando sostiene en sus Reflexiones sobre la revolución francesa:
“¿Qué es la libertad sin sabiduría ni
virtud? El mayor de los males posibles”. Sin duda, esta frase resume muy bien el ideal de una libertad subjetiva
anclada a la sabiduría del carácter personal, como “prudencia”.
En este punto, el gran dilema ya no sería la
reivindicación de nuestra libertad desde fuera, sino el de nuestra propia anulación de la libertad,
desde el momento que renunciáramos a ser autónomos y a hacernos cargo de
nuestra realidad personal. Aquí el punto ya no es ¿dónde? están mis libertades, sino ¿qué he hecho con mi libertad
radical de ser yo mismo?, ¿hasta qué
punto des-personalizo una libertad que, en primera instancia concierne a mí y sólo a mí? A esta clase de libertad
es que alude la inveterada tradición mística de Oriente y su estilizada versión
psicológica y literaria impulsada por un número significativo de autores más
actuales. De todos ellos, quizás sea Erich Fromm el que más sugestivamente haya
trazado los dilemas de esta libertad en la sociedad de las últimas décadas. Sintetizando
la tesis de Fromm, Germani, en su Prefacio a la edición castellana al famoso
texto, anota:
“Este naufragio de la personalidad
en la existencia impersonal,
que huye de sí misma y que pierde en
la conducta socialmente
prescrita toda su autenticidad,
representa realmente la situa
ción del hombre contemporáneo, y su
desesperada necesidad
de salir de la esclavitud del anónimo todo el
mundo y recon
quistar su propio auténtico yo”[7]
Bien podríamos hostigar un sutil pensamiento como este
con dardos lógicos, interrogando en
torno al sentido preciso de conceptos
tales como “personalidad”, “existencia impersonal” o “auténtico yo”, cuestionando sobre los límites que
separarían lo “personal” de lo “impersonal” o respecto al alcance
existencial de la “autenticidad”. Y,
ciertamente, constituirían indagaciones razonables, mas no supondrían escollos
insalvables si tenemos el cuidado de
hacer explícito lo que se quiera decir con los términos en cuestión,
aunque siempre siendo conscientes del carácter profundamente difuso de
cualquier concepto que pretenda dar cuenta de la introspección humana.
Ahora bien, en vista de las dinámicas psico-sociales
del mundo actual, es seguro que no se requerirá poseer un aguzado espíritu
lógico para poder percibir el significado profundo de este pensamiento, máxime
que, pese a haber sido expresado hace
más de dos décadas, guarda su vigencia como si hubiese sido escrito solo ayer. A
todo esto, llama la atención que un autor como Laski, imbuido del empirismo
anglosajón, también dé espacio al análisis interiorista en su abordaje de la
libertad, planteando abiertamente:
“En
una palabra, toda tentativa de extraer una parte de mi yo del
conjunto de mi ser, como si ella sola
constituyera mi verdadero yo,
no sólo niega que mi experiencia es
auténtica, sino que, además,
hace de mí un mero instrumento de los
propósitos de los demás.
Sea cual fuere esa condición, es
indudable que no puede ser repu
tada como libertad” (Laski, H,
Op. Cit., p. 28)
Tal vez la
mejor forma de expresar la idea respecto a la coacción subjetiva cimentada en
el carácter personal sería evocando la célebre máxima kantiana: no hay
culpables, sino autoculpables de la minoría de edad; un no querer hacernos
responsables del curso de nuestra propia vida.
La evitación
de esta coacción autoculpable vendría prevenida tomando en cuenta, por lo
menos:
- No diluir
nuestra individualidad en el conglomerado social: Ambos se interrelacionan,
pero no son reductibles: eso marcaría la autenticidad
- Preservar la autonomía, que vendría marcada por nuestra capacidad de regular
nuestra vida por juicios críticos y decisiones que no nos son impuestos, ni
consciente ni inconscientemente.
- El principio de la sabiduría introspectiva,
heredado de los griegos, de los estoicos
y del mismo pensamiento oriental: “Conócete
a ti mismo”, evocando al maestro de Platón. ¿Cómo podríamos conocer lo que nos rodea y a nuestros
semejantes, si ni siquiera nos conocemos
a nosotros mismos: nuestras potencialidades y debilidades. La famosa frase
“Sapere aude” retomada por Kant, pareciera,
entonces, resumir el ideal de que el verdadero camino de la libertad comienza
por la conciencia
Ahora bien, en pleno siglo XXI, con un mundo rebosante
de los más inimaginables avances científico-técnicos, asfixiado por los
inmensos truts y en donde la mayoría
de las relaciones tienden a despersonalizarse producto de las necesidades
burocráticas que requiere una complicada estructura social como la nuestra,
muchos podrían preguntarse, al leer esta líneas, ¿qué sentido tiene abandonarse
a un interiorismo, más afín a un ingenuo misticismo que a una reflexión
académica? Respecto a esta objeción, es
muy probable que aquellos individuos familiarizados con los múltiples
hallazgos de la psicología y la
antropología social no serán
desconocedores de los profundos efectos que tienen las estructuras
cognitivo-axiológicas de los individuos al momento de prefigurar cambios
profundos en cualquier estructura social: el análisis de las estructuras culturales
de la sociedad jamás podrá ser bien
comprendido si antes no tenemos claridad acerca de las estructuras psíquicas de
los individuos que las configuranq.
-Coacción
subjetiva cimentada en la intervención de universos simbólicos circundantes:
Para entender
mejor este punto, es fundamental tener en cuenta que jamás podremos hablar del
individuo en abstracto, puesto que el individuo siempre se halla situado en un
contexto social que le transmite un marco cultural y axiológico determinado.
Muy bien podría darse el caso de individuos que se rebelen o renieguen de ese
contexto, pero siempre será en interacción con el mismo; no al margen. Estamos,
ante el proceso de socilización del individuo, ¿cómo garantizar la autonomía
del individuo ante un asfixiante bombardeo cultural que no le da espacio para
ser el mismo y que le da prefabricado el concepto de persona exitosa,
triunfadora o atractiva? Interrogantes como estas son las que se traza un autor
como Eric Fromm, desde el ámbito de la psicología, o Marcuse desde su crítica
de las críticas a la sociedad de consumo[8]. La
cuestión aquí ya no vendría siendo sólo
la concerniente a la madurez de nuestro juicio crítico, sino también es poner
sobre el tapete de qué manera un entorno
sociocultural enajenante podría contribuir a hacernos entes a-críticos,
uniformes y estandarizados, subyugados frente a portentoso efecto de una
publicidad carente de consideraciones más allá de la mera utilidad y la
ganancia.
Uno de los autores más actuales que se ha esforzado
por explicar este complejo proceso de compulsión de entramados culturales sobre
el espacio del individuo es Pierre Bordieu,
quien se vale del concepto de habitus. Desde el enfoque de nuestro autor, el habitus
es una
categoría que le permite dar cuenta de cómo la reproducción simbólica puede
coadyuvar a preservar el poder de los grupos dominantes, toda vez que el habitus
interviene como un conjunto de disposiciones durables que posibilitan la
internalización simbólica de la subordinación,
que se expresa mediante esquemas
de pensamiento y percepción pasivos ante
la enajenación*. Bordieu hace un esfuerzo por
ofrecernos una definición de habitus,
apuntando:
“El habitus, como sistema de disposiciones para la
práctica,
es un fundamento objetivo de
conductas regulares, por lo tanto
de la regulación, y, si se pueden prever las
prácticas (aquí, la
sanción asociada a una cierta transgresión),
es porque el ha
bitus hace que los agentes que
están dotados de él se compor
ten de una cierta manera”[9]
De este modo, la internalización del mundo
objetivo vendría mediada por el habitus, que suele, de un modo
básicamente espontáneo y prerreflexivo,
darle forma a nuestro sentido práctico: un habitus
de subordinación permitiría que aceptemos con normalidad ciertos modelos de
autoridad y de subordinación o ciertas reglas y patrones de conducta
fuertemente afincados en el imaginario socialp. En este sentido, la conformación de
un imaginario social concebido a la manera de los grupos dominantes
propiciaría un habitus que garantice condiciones de conformismo social y que no
ponga en peligro su monopolio del poder y de la economía. En pocas palabras, estaríamos al
frente de normas y patrones
socioculturales interiorizados, producto de una
organización social que no ofrece espacio a la autonomía del individuo y
que no considera a las personas como fines en sí mismos, sino como medios.
Respecto a este enfoque, podría
argumentarse que está excesivamente cargado de tintas el argumento respecto a la
potencial “perniciosidad” de nuestras sociedades de consumo, puesto que debe
reconocerse que las mismas también han traído consigo el bienestar y el
mejoramiento de la calidad de vida de las personas. Sobre el particular, muy
bien sabemos que aún es un debate muy encendido, sin visos de culminación
temprana. Bástenos a nosotros decir que el decimonónico triunfo del estado de
bienestar de Bismarck no ha podido contener efectivamente las inequidades
estructurales ni las “patologías”
propias ,sobre todo, de nuestras sociedades tercermundistas, golpeadas por la
corrupción, el desempleo, la marginalidad y el clientelismo político, lo cual sugiere seguir ampliando nuestra
reflexiones.
-Simbiosis
carácter-universos simbólicos:
Por razones
puramente analíticas, y para acentuar determinadas especificidades que no
deberían dejarse pasar por alto, hemos aventurado la clasificación previa; no
obstante, lo más común es que los dos tipos de coacción se presenten
combinados. Y aún más, debemos agregar que, en sentido estricto, es imposible
que no se entrecrucen ni se intercepten:
si bien es cierto el contexto sociocultural es el marco fundamental del
individuo, no menos cierto es que el
contexto sociocultural es hecho posible en virtud de la interacción de los
individuos, cada uno de los cuales tiene su propio sistema de pensamiento,
ideales y formas de entender el medio que le rodea[10]. En
un esfuerzo por trascender el mero plano subjetivo del individuo, Ricoeur apuesta por una superación, en el
marco estatal, de lo que él llama “el momento solipsista de la libertad”[11].
Si bien Ricoeur no abunda mucho
en el trazado de lo que podría ser una probable articulación integral del
momento “solipsista” en el enmarañado terreno de las relaciones sociopolíticas,
constituye un gran mérito su llamado de atención respecto a la necesidad de
superar el estado embrionario del individuo**. No cabe duda
de que en un mundo tan dependiente de relaciones sociales, afincarse en un
individualismo a ultranza conllevaría
depositar nuestra fe en una quimera.
Con todo, la aseveración previa no obsta reconocer el
valor que plantea fijar nuestra atención en este primer estadio subjetivo.
Concibiendo a este como un momento preliminar que potencie en el individuo su
capacidad de ser libre interiormente, para así posibilitar una interacción
social dominada por el espíritu de libertad y reflexión. Sin lugar a dudas, el
primer compromiso es individual, pero
los canales para direccionar tales ideales sólo pueden ser fraguados desde
estructuras simbólicas vinculadas a la socialización. Aquí una educación para
la libertad y ejercida en un marco de libertad parece ser la vía más plausible
en dirección hacia tal ideal. El punto
central ya no consistiría en brindar información, sino en formar individuos
para que piensen por sí mismos y para
que puedan apropiarse de esa información con inteligencia.
§ Condiciones sociopolíticas, culturales y
jurídicas de la libertad en el mundo contemporáneo:
Ante un panorama tan complicado como el previamente esbozado, emergen
interrogantes muy concretas respecto la libertad en el mundo contemporáneo:
¿Cómo concebir instituciones que garanticen la libertad en sus más múltiples
sentidos?, ¿qué condiciones se precisan para impulsar su desarrollo?, ¿cuáles
son los límites de la misma?, ¿cuáles son las probabilidades de logro?
Una y mil preguntas de esta
índole emergen cuando planteamos la idea de libertad e, igualmente, muchos
ensayos de respuesta podrían esbozarse. Por nuestra parte, procuraremos hacer
algunas consideraciones generales, siempre teniendo muy presente en
nuestro análisis que los viejos
sueños de respuestas cerradas y definitivas se esfumaron del terreno académico
(y político también) y que es precisamente esa consciencia la que debe
impulsarnos a renovar siempre nuestras reflexiones, de cara a los desafíos que nos presenten las circunstanciasg; de allí que
un punto a considerar, de fundamental
importancia, a los efectos de no perder perspectiva de contextos, como muchos
acostumbran, es que si bien todas las
sociedades, sin distinción de origen étnico, cultural, religioso, etc.
coinciden en apreciar la libertad como
un valor fundamental, no todas las sociedades “vivencian” ni expresan el
sistema de libertades del mismo modo. Así, por ejemplo, las sociedades industrialmente
avanzadas se encuentran con desafíos libertarios más próximos a los efectos no
deseados que ha traído consigo el bienestar, con la constante interrogante ¿qué
hacer con mi libertad?, de corte más psicológico (con lo que no quiero decir,
en modo alguno, que no se presenten, eventualmente, dilemas en otras esferas de
la libertad, llámese libertad de expresión,
ideológica o de cualquier otro tipo); en tanto, en nuestros países “en
vías de desarrollo”, es patente una
carestía en materia libertaria aún más aguda, que va desde dimensiones
de orden económico, político hasta cultural (e incluso en estos hay
prioridades y condiciones particulares muy propias que hacen muy difícil
las generalizaciones: no es lo mismo hablar de un déficit libertario en Panamá
que en Irán, por ejemplo). En estas vastas regiones del orbe trazarse
interrogantes más refinadas acerca de las angustias y ansiedades que traen
consigo qué hacer con la libertad parece ser un lujo que
muy pocos de sus ciudadanos(as) pueden darse[12].
Definitivamente, la naturaleza
misma de este trabajo no nos permite
abundar en detalles en torno a los casos particulares; sin embargo,
considero de fundamental interés siempre tener en cuenta el aspecto
circunstanciald al momento de hacer uso de categorías tan amplias y
rica de sentido como la que nos ocupa; de allí que no estuviera nada
desencaminado Berlin cuando, muy atinadamente, alude a la famosa expresión: “La libertad de un profesor de Oxford es una
cosa muy diferente de la libertad de un
campesino egipcio” (op.cit.,p. 139). En tal sentido, plantearnos la libertad en
cualquier horizonte geográfico debería, por lo menos, sugerirnos
cuestionamientos preliminares tales como: ¿Cuáles son los sentidos básicos de
“libertad” que imperan en tal contexto?, ¿cuáles son las circunstancias
jurídico-políticas, étnicas, religiosas e ideológicas que la sustentan?, ¿qué pertinencia social
poseen en su cultura?, ¿cuál es el alcance de sus ideales o realizaciones?”.
Hecha esta acotación, estamos
preparados para indicar una serie de
tópicos libertarios con una amplia cubertura geográfica en el mundo de
hoy:
- Dimensión
Político-Jurídica:
La ventaja del Derecho es que ofrecería un marco
jurídico compulsorio que permitiría hacer respetar libertades, que de otro modo
no se harían. Mill, para limitar la autoridad de los dirigentes, apuesta:
primero, por el reconocimiento de ciertas inmunidades llamadas libertades políticas y, además, por lo que él denomina “constitutional checks”[13]
Definitivamente, en sociedades
con la complejidad como la de las
nuestras, se hace preciso atender
a un sistema jurídico que garantice el sistema de libertades. Con todo, la
pretensión de que el debate sobre la libertad halla su consumación en el
Derecho, al margen de otros condicionantes sociales es un verdadero sin
sentido: hasta los regímenes más autocráticos han pretendido contar con un
sistema jurídico intachable que garantiza la plena libertad de sus ciudadanos.
En el tema jurídico, deberían asegurarse, al menos, dos cosas: la efectividad
de la norma en el orden práctico y, por otro lado, procurar la suficiente
sintonía con otras instituciones de la sociedad, sobre todo con las llamadas
normas no formales, preservadas por la costumbre. Así, por poner un caso, el
respeto a las normas de convivencia no siempre encuentra su fuente en el
Derecho o en sus normas jurídicasq. Todo esto dejando el peliagudo debate acerca de
quién legitima, en el plano de la sociedad civil, las normas del Derecho.
- ¿Individuo o Colectividad?:
Otro tema que no pierde vigencia
es el de las libertades individuales: la libertad del individuo frente a la de
la colectividad. El punto en cuestión sería, ¿cómo concebir una sociedad lo
suficientemente justa que respete no sólo la libertad de la comunidad, sino
también la del individuo? ¿Hasta qué punto se puede sacrificar la libertad del individuo en nombre del número?,
¿cómo delimitar el espacio individual del social? Esta serie de
cuestionamientos podrían llevarnos muy lejos. Como bien debemos de saber, desde
los tiempos más remotos, incluso en las sociedades más ilustradas, los
individuos con ideas peregrinas han sido vistos con un cierto dejo de recelo y
la mejor prueba de esto es el ostracismo que solían practicar los griegos.
En la introducción al ensayo ya
citado, Mill sostenía que la única justificación para que la humanidad
(sociedad) pudiera interferir en la
libertad de acción de algunos de sus miembros sería la “auto-protección”. Grosso modo, esta salida parece bastante
razonable; sin embargo, vista con cierto detalle, nos conduce a otra dificultad
semántica: ¿qué sentido le otorgamos al término “auto-protección”? Para nadie
es un secreto que muchos gobiernos se han valido miles de veces de las famosas “razones de seguridad” para cometer toda clase de atropellos y
violaciones de los Derechos Humanos de las personas. La cuestión no es tanto
cuestionar el argumento, sino fijar con mucho cuidado cuáles serían los
criterios y las condiciones precisas que legitimarían su invocación.
En el marco de esta reflexión,
un asunto que no pierde vigencia en la arena del debate es el de la libertad de
expresión y la libertad de prensa; en fin, la libertad de pensamiento.
Naturalmente que estamos lejos de aquellos tiempos que forzaron la redacción de
la Areopagítica
a Milton ; sin embargo, las estructuras políticas, económicas y criminales del
mundo contemporáneo parecieran requerir más que un famoso Discurso para ponerle
rienda a su encarnizada virulencia contra aquellos que se atrevan a denunciar y criticar públicamente sus atropellos.
Quizás el ejemplo más despiadado de esto sea la gran cantidad de periodistas
que han sido asesinados o desaparecidos, en diversas partes del mundo, por
afectar los intereses de los poderosos con sus cuestionamientos; todo esto sin
entrar en los detalles de las famosas leyes mordazas. En esta materia, lo que
se presenta como la el reto más destacado es lograr un sistema legal que pueda
combinar eficazmente las garantías
de la libertad de expresión con mecanismos
que de control que aseguren el respeto a
la integridad y dignidad de terceros, de no verse afectados por acusaciones
infundadas.
-
El acalorado debate del pluralismo:
Otro viejo debate sin visos de
resolución es el del pluralismo y el de
las minorías: ¿cómo concebir una sociedad lo suficientemente abierta que
respete las libertades de las mayorías sin vulnerar las de las minorías?, ¿cómo
idear una sociedad lo suficientemente múltiple y plural que no degenere
libertinaje? Fiel a mi convicción, no considero que haya respuestas absolutas;
sin embargo, las reflexiones de la
filósofa española Adela Cortina, con su “ética
de mínimos” pareciera ser un punto de referencia al momento de trazarnos
una hoja de ruta[14].
Con un horizonte filosófico de tolerancia y de convivencia como el que traza
Cortina, se precisaría entonces de los mecanismos legales e institucionales
concretos para implementar tales principios que, sean los que sean, deberían
tener como resortes básicos tanto el consenso como el respeto a la dignidad de
las personas
Quizás por lo tortuoso que ha
sido nuestro camino hacia la conquista de la libertad, no nos hemos tomado el
tiempo suficiente para reconocer el valor de las diferencias en una sociedad
que dista muchísimo de ser homogénea. ¿Qué espacio podría haber para la libre
voluntad en un contexto donde todos estuviéramos “diseñados” bajo un mismo
patrón?, ¿qué valor tendría entonces hablar de libertad?, ¿libertad respecto a
qué, siendo que todos estuviésemos “pre-determinados”?
-Liberalismo o Socialismo:
El gran temor de los enfoques de corte liberal
siempre ha sido el de que cualquier
régimen socialista o colectivista pudiese destruir la libertad personal en
nombre de una concepción de vida buena totalitaria; con todo, pareciera ser un
hecho irrefutable que la libertad de
cada individuo está limitada siempre por la libertad de los otros.
Este debate es otra de esas
herencias del decimonono que no pareciera dejar de destilar suficiente tinta
sobre las bondades de su respectiva causa. Los detalles, ciertamente, ameritan un
profundo examen, pero lo que sí parece cierto es ambas propuestas fracasaron en
sus pronósticos políticos: el primero en su ideal de individuos libres y
autónomos y el segundo, en su anhelo de una sociedad justa. A todo esto, hay
que reconocer que ambos enfoques, sobre todo en sus versiones renovadas, tienen
mucho que ofrecer al momento de enriquecer un debate: la misma dinámica social
dicta que las fuerzas portentosas del mercado, con sus arrolladores efectos no
deseados, no pueden dejarse a la libre; del mismo modo que resiste la
realización del reino del socialismo en esta Tierra. No se vislumbran aquí
fórmulas mágicas: lo que se deja ver es la necesidad de articular políticas que
no sólo contemplen la formulación de garantías libertarias formales, sino que
también consideren las condiciones económico-materiales de su realización para
el mayor número.
De igual modo, es patente que la educación j debe jugar un
papel fundamental al momento de promover individuos críticos y reflexivos que
sepan cuestionar inteligentemente cualesquiera de las formas de opresión y
manipulación que puedan asumir los sectores de poder de la sociedad actual,
llámense capitalistas, terroristas, comunistas o como quieran
- Libertad como condicionamiento:
Quizás una de las falacias más sugestivas de nuestro
tiempo sea la de suponer que la libertad constituye un valor absoluto que halla
su plenitud en sí misma. Lo que los hechos indican es que una libertad en
sentido absoluto no podría nunca ser libertad. Preguntaríamos ¿libertad
respecto a qué? Es muy probable que cuando la gente hable de libertad en
términos absolutistas no quiera decir que la misma sea incondicionada, sino que la libertad no debe estar determinada por fuerzas exógenas: ¿cómo
puedo decir que soy “libre” de
escoger mis amistades si mis padres los eligen sin siquiera escuchar mi
parecer? Ahora bien, también podría interrogarme ¿cómo puedo pretender que soy “libre” si no me es permitido hacer lo
que me plazca? Aunque similares, ambos cuestionamientos poseen acentos muy
distintos: no es lo mismo decir que alguien determina
o imponga tu acción a indicar que tus
actos estén libre de todo límite o condicionamiento. Si cada cual asume su
libertad como incondicionada, ¿cómo se garantizará la libertad de los otros?
Además, las libertades no se ejercen en el vacío, sino que siempre se dan en
circunstancias y contextos específicos. Así, pues, la conexión
libertad-responsabilidad, muchas veces descuida en exceso por los epígonos de
la libertad, pone su acento en la elevada cuota de limitación que debe poseer
cualquier acto libertario, en franco rechazo
a la ingenua aspiración a una libertad absoluta, sólo existente como constructo o elaboración conceptual.
Haciendo un esfuerzo esquemático,
podemos decir que el condicionamiento de
la libertad podría expresarse en dos
terrenos fundamentales:
-Plano Individual: Libertad como auto-responsabilidad.
Evocando el famoso eslogan sarteano: “el hombre está condenado a ser libre” o
bien expresándola como “autolegislación” moral, con una terminología más kantiana. Es decir, el
individuo no puede pretender ser libre sin asumir simultáneamente la
responsabilidad que conlleva ser libre: la responsabilidad de ser uno mismo y
de asumir las consecuencias de sus actos.
-Plano
Contextual: Toda vez que no somos seres aislados, sino que también
interactuamos continuamente con un medio natural y social que nos ha permitido
alcanzar los infinitos progresos con que hoy contamos, es indudable que debemos
tomar muy en consideración el contexto
que nos permite ( o nos impide) ser lo que somos. En tal sentido, podríamos
referirnos a: una responsabilidad natural y a
una responsabilidad civil:
Hoy por hoy, la
responsabilidad natural se perfila
como la más imperiosa, puesto que el tema ambiental nos impone desafíos de tal
envergadura que podrían repercutir incluso en la continuidad de la vida en el
planeta tierra. ¿Qué importancia podrían tener los impresionantes adelantos
científico-técnicos de la
Humanidad si se nos agota el espacio natural en cual podemos
disfrutarlos?j
La responsabilidad
civil[15]
concierne a nuestro compromiso para con nuestros semejantes en un contexto de
participación social. El ideal de este compromiso es que esté orientado al progreso
y bienestar general[16]. El
detalle que emerge aquí es lo difícil que es establecer cuál es el bienestar
general, puesto que la sociedad está constituida de individuos con diversidad
de caracteres, concepciones de vida buena, e ideales. Las nefastas experiencias
de los totalitarismos del siglo XX, teñidos de sangre inocente, deberían
precavernos de suponer concepciones de vida buena monolíticas e infalibles. El
único modo de superar tales esquemas consiste en favorecer escenarios de
diálogo intercultural que fortalezcan nuestras habilidades comunicativas y
nuestra capacidad de tolerancia y de respeto a las diferencias
Palabras
Finales
Hemos hecho un
apretado recorrido por los diversos sentidos de libertad, procurando siempre
señalar su anclaje contextual y la dificultad de lograr un significado unívoco.
Del mismo modo se ha hecho patente tanto su dimensión subjetiva como social en
el marco de las sociedades contemporáneas. Ahora bien, independientemente de
las múltiples formas en que pudiese asumirse o expresarse la libertad en las diversas culturas,
pareciera haber una coincidencia de todas en considerar la misma como un
baluarte digno de ser preservado. Aún más nos atreveríamos a decir, valiéndonos
de la jerga Elias, la libertad trasluce un “principio
civilizatorio” que otorga sustancia a nuestro carácter de seres racionales
y sociales. La gran dificultad consistiría en cómo concebir escenarios
apropiados, que garanticen condiciones mínimas de realización del espíritu
libertario frente a los atropellos del autoritarismo o de la sujeción autoculpable.
Como hemos reiterado una y otra vez, no parece haber fórmulas mágicas, ni
salidas definitivas, pero lo único que queda claro es que cualquier iniciativa
en esta línea debe estar mediada por el diálogo intercultural y el respeto a
las diferencias. Este diálogo, obviamente, no sólo deberá ser planteado en
función de la libertad, sino también tomando como referencia otros principios y
necesidades propias del ser humano, que sólo podrían ser apreciados en un espíritu de autonomía.
Será nuestra responsabilidad, que no puede ser solo individual, trazar un
horizonte ideológico[17] que
nos permita hacer uso de esa libertad, de cualquier tipo que sea, sin caer en
dogmatismos ni autoritarismos. Sobre este punto, vale la pena señalar que
quizás la raíz del error de muchas
ideologías haya sido partir de la premisa de que son El camino,
desconociendo que no hay Un camino, sino
Los caminos. Ahora bien, ¿cómo articular un marco común que nos permita seguir
nuestros caminos sin despreciar o atentar contra los otros caminos? Perderse en
la mera búsqueda de la felicidad personal, sería caer en el individualismo; ir
tras las huellas de la anarquía pareciera someternos a los grilletes del
libertinaje. ¿Qué nos queda? Luchar por el fortalecimiento de las instituciones
sociales que nos permitan seguir incrementando un espíritu de libertad en un clima
de libertad , que no siempre coinciden, para así, tal vez, algún día, poder
amortiguar el estrepitoso eco de aquella famosa frase de Madame Roland: “¡Libertad, cuántos crímenes se ha
perpetrado en tu nombre!
[1] A lo largo del pensamiento occidental, el término “práctico” ha
revestido innumerables sentidos, desde Aristóteles, Marx, Gramsci, el
Pragmatismo hasta la
Praxeología, etc. Para nosotros sólo significa el nivel de
aplicación de las ideas en contextos concretos de la realidad social.
d Una prueba de la plasticidad
del concepto son los títulos mismos de las obras de nuestros autores: en tanto
Hayek titula su obra maestra “Camino de
servidumbre” para arremeter contra los totalitarismos, principalmente la
ideología marxistas, y alabar las
virtudes del Capitalismo, Dussel apuesta por una “Ética de la liberación” que nos libere de aquello que tanto elogia
Hayek y todo en nombre de la “libertad”! Ciertamente,
muy pocos han tenido el cinismo de decir, con Mussolini: “El cuerpo de la libertad está
muerto y su cadáver siempre está en descomposición”
[2] Para un agudo análisis del concepto “Occidente”, vale la pena
consultar Heller, Ágnes y F. Fehler (1985)- Anatomía de la Izquierda Occidental,
España, Ediciones Península, Cap. I.
[3] Con esto, no es mi intención subestimar la “Libertad” como un
horizonte ideal que debería servir de referente a las diversas culturas. Mi
crítica más se dirige a asumir la
“Libertad” como un objetivo último,
rayano en un mesianismo que busca
instaurar una “Edad de Oro” en la tierra.
Para una aguda crítica de este punto, sobre todo tomando el caso
marxista, considérese Heller, Ágnes
(1984)- Crítica de la
Ilustración, España, Ediciones Península, Cap. XII.
f “Esencialista” en el sentido
de que parte que hay una esencia fija y definitiva de la libertad, al margen de
los contextos socio-históricos, que sólo hay que aprehender sin más. Para una
revisión del carácter “artificial” y
contingente de la libertad vs el enfoque esencialista, desde la antigüedad
griega, cfr. Arendt, H. (1965)- Sobre la revolución, España, Alianza
Editorial, S.A., pp. 31-32. Sutilmente,
apunta, para indicar el carácter “artificial”, no esencialista, del concepto: “La
diferencia entre este concepto antiguo de igualdad y nuestra idea de que los
hombres han nacido o han sido creados iguales y que la desigualdad es
consecuencia de las instituciones
sociales políticas, o sea de instituciones
de origen humano, apenas necesita ser subrayada” (Op. cit. , p.31, las negrillas son nuestras)
* Tengamos presente que falta de “coacción” o “interferencia” no significa falta de
“influencia”, puesto que somos seres sociales, en constante interacción con el
medio que nos rodea: ciertos eventos o circunstancias podrían “influenciar”
nuestra libertad, sin necesariamente “coaccionarnos” u obligarnos en contra de nuestra voluntad.
[4] Laski, Harold (1945)- La libertad en el Estado moderno, Argentina,
Editorial Abril, pp. 18-19. Un planteamiento análogo hace Berlin en “Dos conceptos de libertad”, en Berlin, Isaiah (1974)- Libertad y
necesidad en la historia, pp. 137.
cuando observa: “La mera incapacidad de
conseguir un fin no es falta de libertad política. Esto se ha hecho ver por el
uso de expresiones modernas, tales como “libertad económica” y su contrapartida
“opresión económica”.
[5] Aron, Raymond (1970 ) -“¿Cómo ha de ser la libertad, liberal o
libertaria?, en M´Baye, K.; P.
Ricoeur, et. al. ( 1970) Libertad
y Orden Social, España, Guadiana de Publicaciones, p. 111.
[6] Para la revisión de la temática desde una perspectiva económica
centrada en el desarrollo humano, sería
valioso consultar, entre otros valiosos textos, a : Sen, A. (1999), Desarrollo
y libertad, España, Editorial
Planeta y a Marchesi, J. , J. Sotelo (2002)- Ética,
crecimiento económico y desarrollo humano, España, Editorial Trotta.
[7] Fromm, Erich (1959 )-El miedo a la libertad, Argentina, Paidós,
pp. 18. En términos aún más severos, el mismo Fromm advertirá: “El destino del hombre se transforma en el
de contribuir al crecimiento económico, a la acumulación del capital, no ya
para lograr la propia felicidad o salvación, sino como un fin último. El hombre
se convierte en un engranaje de la vasta máquina económica- un engranaje
importante si posee mucho capital, uno insignificante si carece de él, pero en
todos los casos continúa siendo un
engranaje destinado a servir propósitos que le son exteriores” (Op. cit.,
p. 144).
q Estoy convencido de que en
este punto lo más sensato no es enmarañarnos en el sopeteado debate entre el individualismo y el holismo
social, sino tener presente siempre que
para comprender mejor la sociedad es fundamental tener a la vista los
individuos que la constituyen y viceversa.
[8] Respecto al gran poder de la publicidad y la propaganda sobre nuestras
vidas, un clásico difícilmente superable es la obra “Las formas ocultas de la propaganda”, de Vance Packard. Para un examen más reciente,
en el caso específico de las televisión, sería de particular valor revisar los sutiles análisis de Camps y Manzano Espinosa: Camps, Vicoria- Las tiranías de la
televisión www.infoamerica.org/TENDENCIAS/tendencias/tendencias06/pdfs/20.pdf (consulta:10
de agosto de 2008) - Manzano Espinosa , Cristina- Convivencia de
la imagen creada y la imagen recreada, en el medio televisivo. www.infoamerica.org/TENDENCIAS/tendencias/tendencias06/pdfs/20.pdf (consulta:10
de agosto de 2008)
* Tanto el concepto de
enajenación como el de alienación son
expresiones con una complicada evolución intelectual. Por la naturaleza ensayística de
este trabajo, carecemos de espacio para explorar los diversos matices semánticos de los mismos,
ya sea en latín, alemán u otras lenguas. Nos basta señalar que entendemos por enajenación aquella
situación en que los seres humanos no tienen suficiente conciencia de todo el
alcance de su acción, lo cual favorece su sometimiento a influencias fuera del
control de su juicio crítico; lo cual permite
que se emerjan entornos domesticadores en los cuales los individuos
tienden a la pasividad frente a los atropellos de una sociedad explotadora.
[9] Bordieu,Pierre (1988)- Cosas dichas, España, Gedisa, p. 83 . En torno
al sentido práctico implícito al habitus, dirá: “En la
mayor parte de las conductas ordinarias, somos guiados por esquemas prácticos,
es decir por “principios que imponen el orden a la acción” (principium
importans ordinem ad actum, como decía la escolástica), por esquemas
informacionales” (Op. cit.., p. 85).
p La noción de “imaginarios sociales” contribuye a descartar la idea del carácter meramente racional,
herencia iluminista, de nuestras concepciones del mundo y, por otra parte, a
tener presente la historicidad de nuestros
sistemas simbólicos, que son dinámicos y contingentes, susceptibles a la
transformación creativa continua y no modelos cerrados y autosuficientes en sí
mismo. En pocas palabras, “construcciones” culturales abiertas a la esperanza de reacoplamientos que
respondan a las exigencias de los tiempos.
[10] Quizás el esfuerzo empírico más ambicioso para dar cuenta de esta
estrecha interacción entre los valores de los individuos y las instituciones
socioculturales y económicas sea el proyecto impulsado desde 1981 llamado World Values Survey; para mayor información,
cfr. http://www.worldvaluessurvey.org. No menos valiosos son los Informes Mundiales
sobre la Cultura,
patrocinados por la UNESCO.
[11] Ricoeur, Paul (1970)- “La filosofía y la política ante la cuestión
de la libertad” en M´Baye, K.; P.
Ricoeur, et. al. ( 1970) Libertad
y Orden Social, España, Guadiana de Publicaciones, p. 66.
** Curiosamente, corrientes
tan desemejantes como las del liberalismo clásico y los idealismos de corte
kantiano, coinciden en hacer un particular énfasis en el individuo como núcleo
de la libertad
g No en vano se ha hecho un lugar
común en la literatura libertaria la expresión que reza, más o menos, que: “el precio de la libertad es la perpetua
vigilancia”, que, desde mi óptica, encuentra su sustento más vigoroso en el
espíritu crítico-reflexivo de las sociedades y, por extensión, en el de los individuos que las
constituyen.
[12] Respecto a este punto, son bastante ilustrativos los estudios empíricos que se han hecho sobre los valores prioritarios en las diversas
sociedades humanas: En tanto las sociedades más pobres tendemos a dar prioridad
a valores conectados a la seguridad física y material; las sociedades
“avanzadas” otorgarían más espacio al bienestar subjetivo, la
autoexpresión y la calidad de vida. Para ampliar sobre la temática, Cfr. Inglehart, R. y W.Baker (2000)- “Modernization, cultural change, and the
persistence of traditional values”, en American Sociological Review,
Febr.,2000; 65
d Esto, en modo alguno pone en duda que se pueda plantear la libertad en
términos generales; simplemente llama la atención sobre el hecho de que, en el
plano operativo o de intervención política la libertad no sólo debe abastecerse
de la savia que le otorga el plano teórico, sino también de las más sutiles
señales que le indique el medio o contexto, a menos que nos arriesguemos a
perdernos en una abstraccionismo puro, totalmente desvinculado de la realidad.
[13] Mill, J.S.(1960)-Utilitarianism,
Liberty, Representative Government, J.M. Dent & Sons LTD, p. 65. Mill en su famoso ensayo Sobre la
Libertad presta mucha atención a la dimensión jurídica, como muchos
teóricos los han hecho; no obstante, es importante tener presente que el
Derecho no da cuenta plena del problema libertario si no toma en consideración
otros aspectos de la sociedad.
q Pareciera ser que el viejo ideal
de Cicerón que para ser libres, debemos ser esclavos de la ley, no basta para
poner coto a nuestras ambiciones.
[14] Cortina, Adela (2000)- Ética Mínima, España, Editorial Tecnos. En otro texto,
Cortina resume muy bien su ideal de ética mínima, traducida en
moral civil, cuando sostiene: “La
moral cívica consiste, pues, en unos mínimos compartidos entre ciudadanos que
tienen distintas concepciones del hombre, distintos ideales de vida humana;
mínimos que les llevan a considerar como fecunda su convivencia” (Cortina,
Adela (2000)- El mundo de los valores, Colombia, Editorial el Búho Ltda,
p. 121)
j En un sentido amplio; no sólo circunscrita al ámbito de las
instituciones de instrucción pública, sino también los diversos recursos
mediáticos que la sociedad contemporánea nos ofrece: desde los periódicos y la
televisión hasta el internet. Quizás lo que mejor se aproxime a nuestra idea
sea la de una educación concebida como punta de lanza del capital social.
j Pese a las críticas que
pudiera hacérsele al pesimismo de Jonas, su obra es una fuente muy provechosa
para reflexionar sobre esta temática.
Cfr. Jonas, Hans(1995)- El Principio de Responsabilidad, Ed. Herder,
Barcelona.
[15] En lo relativo a la idea de “responsabilidad” en el plano ético-político, quizás una de las
reflexiones más sustanciosas fue la de Weber, con su conferencia La
política como vocación: Weber plantea
que cualquier acción política orientada éticamente puede ajustarse bien
a una ética de la convicción o una de
la responsabilidad. La primera se
centraría en máximas deontólogicas
cerradas; en tanto que la segunda propone tener más en cuenta las
circunstancias concretas, la consecuencias de la propia acción y los desafíos
que podría traer consigo un futuro dinámico, cuyo curso no puede augurarse sobre la mera base de una
máxima moral rayana en el dogma: ¿cómo podría llamarme libre y, por tanto
responsable, si mi curso de acción ya esta pre-establecido? ( Puede consultarse
la conferencia en: Weber, M. (2001)-
El político y el científico, México,
Colofón)
[16] Por su parte, desarrollo
de la noción “libertad civil” encuentra antecedentes en los escritores como
Blackstone, Locke, Paley, Berlamaqui, vinculada
a concepciones metafísicas de libertad natural, que no nos interesa
discutir aquí.
[17] El término ideología, a
lo largo de su desarrollo, ha estado cargado de los más dispares significados,
desde el sentido señalado por Dettust de Tracy hasta su bien conocida acepción
peyorativa, relacionada a los
planteamientos de La ideología alemana.
Para los efectos de nuestro trabajo, entendemos la ideología como un sistema
simbólico que aspira a dar cuenta de los fenómenos sociales, pero que nunca
capta plenamente su complejidad. En tal
sentido, las ideologías sólo serían aproximaciones, cuyo rigor lógico-epistemológico en relación con
los fenómenos sería un criterio plausible de evaluación. Sería, por otra parte,
una tarea más peligrosa, aventurarnos en una carrera por establecer los linderos
entre ideologías falsas y verdaderas. Para una análisis
de los principales sentidos de
ideología, cfr. Williams, Raymond
(1985) - Keywords: A Vocabulary of Culture and Society, New York: Oxford
University Press, pp.
153-157)
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