Antes de entrar en los detalles
analíticos, deseo plantear, brevemente, la índole de este examen: más que
elaborar versión abreviada del texto Sobre
la cuestión judía, lo que procuro es revisar el texto original subrayando las líneas temáticas que nos
permitan articular reflexiones de cara a la comprensión de algunos asuntos recurrentes en filosofía social. Este
propósito me viene dado por la constante inquietud que me provoca el prurito
desmedido que solemos tener por copiar
planteamientos ajenos y esbozarlos como recetarios, de un modo ingenuo, en escenarios más complejos e intricados de lo
que la teoría referencial nos podría indicar. Si no, veamos el fenómeno del socialismo, que
un poco de la gente lo tiene en la boca más como un vulgar clisé que como punto
de reflexión.
En principio, el planteamiento inicial de
Marx en torno a las reivindicaciones judaicas, no deja de ser sugerente y
enriquecedor a la hora de comprender el
entramado social actual: de hecho, si cada sector, llámese indio, negro, mujer,
etc. emprendiera una campaña vindicativa particularista y excluyente, lo más
probable es que , prontamente, nos veríamos presa de una fragmentación que
debilitaría aún más la ya profundamente vulnerada raigambre identitataria de nuestras sociedades
latinoamericanas.
Eso por un lado; por otro, habría qué
preguntarse y discutir qué criterios
significativo y justificatorios habrían de esgrimirse a la hora de argumentar
que determinado sector social (llámese judío, negro, mujer, etc.) por el sólo
hecho de ser tal, merece, ipso facto,
del gozo de privilegios respecto al resto del componente social. Con esto,
obviamente, no queremos decir que, luego de una reflexión profunda, pudiera
cimentarse un marco argumentativo; lo que sí es cuestionable es partir de la
premisa a priorística de que alguien, por
pertenecer a determinado sector, automáticamente ya debo merecer un tratamiento
especial o privilegiado: eso fácilmente se presta para la demagogia y el populismo
clientelar.
Otro
elemento destacable de esta certera crítica marxista es el cuestionamiento a la
religión como factor aglutinante: si bien es cierto, en diversas esferas, la
religión ha logrado erigirse como el núcleo catalizador de la buena voluntad, al
servicio a los desaventajados, para
ninguno de nosotros es un secreto el hecho de que, del mismo modo, ha
servido de vehículo conflictual y discriminatorio respecto a estratos socioculturales
que no comparten sus mismas creencias. Aparte de que, en múltiples ocasiones,
las religiones, vistas desapasionadamente, más que promover la emancipación, lo
que suelen promover es el fanatismo, el dogmatismo y el sectarismo.
Comentando a Bauer, la reflexión marxista
sobre concebir al hombre como “serpiente” con múltiples pieles suena sumamente
plausible y sugerente; sin embargo, la experiencia histórica ha dejado en claro
que la erradicación del “cáncer religioso” (el “desencantamiento” del mudo de
la vida, por usar una expresión más sutil) está muy lejos de ser una realidad
siquiera ligeramente cercana: sobre esto, es interesante revisar los datos de
la famosa Encuesta mundial de los valores). En este sentido, pues, subestimar
los factores culturales e idiosincrásicos, estrechamente vinculados a
tradiciones religiosas, no es una
posición tan prudente a la luz de nuestro horizontes socioculturales.
Otra faceta explorada, profundamente
valiosa para la meditación de nuestro entorno nos viene dada cuando se cita a
Bauer haciendo alusión a los derechos judíos en Francia y Marx apunta que el
concepto de igualdad choca con la propuesta de privilegios religiosos judíos:
Sin duda, en las sociedades siempre han existido grupos vulnerables y
minoritarios; sin embargo, estoy
convencido de que, a la hora de proponer paliativos, la solución no es tan
sencilla como algunos pretenden creer. Y, un poco para ilustrar la cuestión,
refirámonos al contexto estadounidense, en donde se ejecutan políticas para
asegurar un porcentaje para la inserción de determinados grupos étnicos (negros,
por ejemplo) a algunas universidades: salvando las diferencias, este es un caso
análogo al fenómeno planteado por los judíos: a los ser sectores vulnerables,
en sus respectivos escenarios, se hace preciso propiciarle su capacidad de
integración a los estamentos de la sociedad. Grosso modo, esta tesis parece plausible y laudable, mas, con todo,
si no la matizamos la suficiente, a la hora de su aplicación, fácilmente
podríamos desnaturalizar la bondad de su
alcance, sobre todo, si tenemos presente lo siguiente:
- ¿Cómo soslayar el viejo dilema que
supone que esta clase de propuestas favorecen la promoción de fueros y privilegios de un
sector determinado en detrimento de los demás, máxime si partimos del
presupuesto que vivimos en sociedades democráticas e “igualitarias”?
- Otro aspecto, vinculado la reflexión previa, podría cuestionarse:
¿Acaso no es muy probable que este tipo de propuestas degeneren en una apología
a la victimización? ¿No podría esto dar pie a la pretensión de que por el sólo hecho de ser judío, indio,
negro, mujer, etc. se me deben otorgar privilegios muy especiales, obviando, a ultranza,
los factores de orden “meritocráticos”?
-Por otro lado, cabría preguntar hasta
qué punto estas iniciativas, muchas
veces expresada en el ámbito jurídico, no guardan un desfase respecto a otras
esferas de la sociedad. Es decir, a nivel formal podemos “garantizar” una serie
de derechos especiales. Pero la pregunta que emerge, a todas luces, es la
siguiente: ¿nos hemos asegurado de que los otros aspectos de orden educativo, económico
e institucional vayan en consonancia con tales derechos, para que los sectores
desfavorecidos realmente saquen el mejor provecho de sus “garantías” y que todo no degenere el en clientelismo
político, caudillismo e improvisación?
Estos
anotaciones no suponen
necesariamente la adscripción a una corriente que cuestiona la necesidad de
garantizar ciertos derechos a sectores desaventajados; pero lo que sí busca es
puntualizar que estas iniciativas suelen ser más problemáticas de lo que, a
flor de piel, pareciesen ser. Y lo lamentable es que, en múltiples ocasiones,
se abordan como si no lo fueran: si no, fijémonos en el tratamiento demagógico
que se le da a la cuestión social con programas como la Red de oportunidades, el FECE,
el tema indígena, etc.
Otro punto muy interesante de
las disquisiciones bauerianas citadas por Marx es el concerniente a la
necesidad de abolición política de la religión: La primera pregunta que se nos
viene a la mente es: ¿Acaso es posible establecer, en la práctica, distinciones
tajantes entre la política? ¿No suelen constituir la amalgama perfecta en
materia soporífera y estratégica de adormecer conciencias? ¿No constituye la
religión el brazo ideológico más fuerte de los Bush, Osama bin Laden y Moon? Marx propugna por una exclusión de la religión
tanto del derecho público y privado, y yo me pregunto, si acaso pudiésemos promover la emancipación práctica y real a sus
extremos, ¿quién o qué lograría excluir la conciencia religiosa del imaginario
social?
Sin lugar a dudas, estas
observaciones no proponen la
imposibilidad de un quehacer político allende de lo religioso; no obstante, sería
interesante tener presente la dificultad que implica la idea de una erosión
tajante del fenómeno religioso
en el contexto político.
Por su parte, la propuesta de
una emancipación humana nos remite a intricado panorama ontológico-ético:
¿Podríamos pensar que así señalado el asunto estaríamos en condiciones de
trazarnos una antropología filosófica fundacionalista, con un modelo ideal de
persona?, ¿Cómo encasillaríamos lo
cultural-local, lo regional, en este marco categorial? Y a nivel de praxis política, ¿cómo configuraríamos
un metarrelato aglutinante en sociedades tan fragmentadas como las nuestras? De
por sí, este tipo de cuestionamientos ameritaría un tratamiento aparte, que no
debe dejarse de lado, a menos que apostemos por un modelo de “humanidad” meramente
etéreo e inútil, con el cual nadie se halle identificado
Una crítica realmente sugerente de Marx es la que hace al Estado
abstracto, una sintomática que aún hasta la fecha lo palpamos todos, sin lugar
a dudas. Con todo, la pregunta que cabría, si nos circunscribiéramos a una
filosofía de la historia, sería: ¿Y después del Estado qué? , ¡¿Una sociedad
sin clases?!...
Aunque Marx mira con recelo
el protagonismo del Estado y toma con
pinzas la noción de derechos humanos, es importante rescatar como elemento
significativo el hecho de que Marx no se mantiene ciego a la hora de
reconocer la importancia (en el marco contextual “burgués” limitado) del valor explicativo de
categorías como sociedad civil, derechos del ciudadano, etc.
Realmente Marx es
irreverente cuando apunta que ninguno de
los derechos humanos va más allá del
hombre egoísta. Marcados por el signo de la competitividad, cabría preguntarnos,
¿qué es lo que, hoy por hoy, podría escabullírsele
al darwinismo social? Es seguro que el optimismo marxista frente a la
disolución de la “vieja sociedad” respondió al contexto poco refinado del
capitalismo de su época. Lo que sí es cierto es que muchas de sus
aproximaciones siguen contando con suficiente densidad analítica para
replantear temáticas sutilmente soslayadas por el mercado.
Sin lugar a dudas, cuando
leemos a Marx sentimos que nos hierve la sangre por la contundencia y
efervescencia de su pensamiento, que hasta la fecha nos impacta. Sin embargo,
eso no es lo problemático: lo realmente problemático es asumir la riqueza del
planteamiento marxista desde una perspectiva simplista, como un dogma de fe.
Y es que problematizar a Marx
no es renegar de Marx, sino, todo lo contrario, fortalecer a Marx, en el marco
institucional de un mundo dinámico y no petrificado. En su momento, Marx puso a
Hegel “patas pa´ rriba”. ¿Habrá llegado el momento de optar por la misma
estrategia con el mismo Marx?...
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